La valla y los clavos. Decálogo para respetar al otro.
/“Cierre al salir, señoría”. Así despedía, con sarcasmo, el vicepresidente del gobierno, Pablo Iglesias, al diputado de Vox, Espinosa de los Monteros, tras el rifirrafe verbal que tuvieron en la Comisión de Reconstrucción. El último roce de los muchos con que nuestros políticos, no importa su afiliación, nos prodigan con generosidad. Y aunque nuestro vicepresidente reconoció, al día siguiente, que se equivocó, podemos apostar a que este no será el punto y final de este tipo de conductas.
Cuentan que había una vez un chico que tenía mal carácter. Su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera el control tenía que clavar uno de los clavos en la parte de atrás de la valla de su casa. El primer día el muchacho clavó más de 20 clavos en la cerca.
Durante las siguientes semanas, conforme iba controlando su mal genio, cada día clavaba menos clavos. Descubrió que le era más fácil controlarse que ir a clavar clavos en la valla. Y así llegó el día en que el chico no perdió más los estribos. Se lo contó a su padre y éste le propuso entonces que cada día que fuera capaz de controlar su mal genio, fuera sacando un clavo
Los días pasaron y finalmente el muchacho sacó el último de los clavos de la cerca. Entonces, su padre le tomó de la mano, lo acompañó hasta la valla y le dijo:
-“Lo has hecho bien, hijo mío. Pero mira los agujeros de la valla: nunca más será la misma. Cuando dices cosas enfadado, dejas una herida al igual que esta. No importa las veces que digas «Lo siento». La herida queda allí. Y una herida verbal es tan mala como una física”.
Los expertos en asertividad nos recuerdan que el tono de la ironía, y cuánto más el del sarcasmo, son expresiones camufladas de la ira, que transmiten agresividad, dominancia, intimidación y desprecio. Un buen ejemplo lo podemos contemplar en el filme Ridicule. Nadie está a salvo, ambientado en la corte versallesca de Luis XVI, en la que reinaba la tiranía del ingenio, pesando más imponer la destreza intelectual, la habilidad de palabra que las razones y los principios morales. Quizá ya habían olvidado los consejos del cardenal Mazarino que nos recomienda en su “Breviario de los políticos” no envanecernos de los propios recursos, de la propia fuerza, de nuestra imaginación o habilidades… Y es que, por muy ingenioso que nos pueda parecer, supone un grave obstáculo para una comunicación efectiva.
Hasta los guerreros japoneses, entendían en su código que debían ser corteses siempre especialmente hacia sus enemigos. En efecto, el código de Bushido, la guía moral de los samuráis, tiene como uno de sus siete principios la Cortesía. Para un samurái, ser un guerrero no justifica la crueldad. Los samuráis no tienen motivos para ser crueles, no necesitan demostrar su fuerza a nadie salvo a sí mismos. Sin esta muestra directa de respeto hacia sus oponentes, el samurái no es mejor que los animales. Un samurái es temido por su fiereza en la batalla, pero es respetado por su manera de tratar a los demás. Claro que ya no quedan samuráis.
El psicoterapeuta Ronald Potter-Efron nos proporciona una serie de conductas para tratar a los demás con respeto, evitando convertirnos en “drogocoléricos”, y que podemos resumir en este decálogo:
1. No burlarse o reírse de los demás, ni hacer muecas
2. No decir a los demás lo que tienen que hacer con sus vidas
3. No insultar, ni ignorar
4. No rebajar al interlocutor delante de los demás
5. No ser soberbio, ni sarcástico
6. No decir a los demás que son raros, locos o extravagantes
7. No decir que son incapaces, o que no merecen estar ahí
8. Hablar con mucha calma y sin elevar el tono
9. Escuchar con atención lo que tienen que decirte
10. Buscar las cualidades de los demás
En resumen, descartemos las ocasiones de insultar o atacar. No ayudan a conseguir el objetivo; antes bien, la efímera satisfacción del ingenio dialéctico no hace sino generar obstáculos y bloqueo. Sin duda, el reto es difícil, pero la meta vale la pena; eso sí, la responsabilidad es individual, y el ejemplo será la mejor muestra del compromiso.