Pasión y Gloria de Recursos Humanos en tiempos de la IA

En la era de la inteligencia artificial, el perfil de la dirección de personas y talento está experimentando una metamorfosis tan espectacular que, aunque mantiene la tradición de la Semana Santa, se ve impelido a aplicar la tecnología más puntera. Así, maneja sus responsabilidades con la gracia de un paso de palio y el poder de un cirio pascual, iluminando el camino hacia el futuro del trabajo. Y aunque no lleve túnica ni antifaz, su labor es un acto de fe en el potencial humano, amplificado por la magia de la IA.
Este nuevo superhéroe de empresa, llamémosle "El Penitente Digital" (se admiten sugerencias…), se enfrenta a su particular "via crucis" gestionando el ritmo y la dirección de su cofradía laboral con destreza que haría palidecer a cualquier costalero experimentado.
1)Primero, tenemos el "Paso de la productividad", un pesado trono que El Penitente Digital mueve con ligereza, gracias a sus habilidades potenciadas por la IA. Con la vista fija en el horizonte de objetivos y metas, coordina a sus nazarenos laborales sin necesidad de gritos ni órdenes; un ligero ajuste en su vara de mando (léase: algoritmos de gestión de proyectos) y todo fluye como la cera de las velas en la “madrugá”.
2)En la procesión que es la vida de oficina, no pueden faltar los "Costaleros de la Motivación". Aquí, nuestro Penitente emplea el incienso del reconocimiento y la música de los incentivos para mantener el paso. Cada zancada, aunque cargada de retos y plazos, se siente menos pesada gracias a su capacidad para inspirar y elevar el ánimo, recordándonos que no hay Viernes Santo sin Domingo de Resurrección.
3)La "Saeta de la Equidad" es otro superpoder en su arsenal. Como el canto desgarrador y espontáneo que rompe el silencio de la noche andaluza, El Penitente Digital identifica y actúa contra las injusticias laborales con precisión quirúrgica. Sus herramientas de IA, cual varitas mágicas, desvelan cualquier sesgo oculto en las sombras, asegurando que la luz de la igualdad brille en cada rincón de su hermandad.
4)Y qué sería de nuestro héroe sin el "Trono de la Retención del Talento". Aquí es donde realmente se luce, balanceando las andas con una habilidad que deja a todos boquiabiertos. Identifica las habilidades únicas de cada procesionista y les ofrece un camino de flores (o, mejor dicho, oportunidades de desarrollo) para que sigan bajo su estandarte, evitando que se desvíen hacia otras cofradías.
5)En los momentos de tribulación, cuando parece que la lluvia amenaza con deslucir la procesión (entiéndase, crisis corporativas), El Penitente Digital saca su estación de penitencia más impresionante: el "Manto de la Calma". Con una mezcla de datos, empatía y una pizca de humor, consigue mantener secos y confiados a todos sus fieles, asegurando que el cortejo llegue a su destino.
¡Buena Semana Santa!

¡Eh, respeta mi opinión!

(Cómo saber si tu decisión es la correcta)

Cristina Pedroche afirmaba que Venecia era la capital de Italia. Y cuando Maribel Verdú le dijo que no, la Pedroche respondió con un digno: “¡Oiga, perdone, respete mi opinión, eh!”.  

Esta escena del filme Sin rodeos, nos recuerda que las cosas son según quién y cómo las mira, o como diría Protágoras, “el ser humano es la medida de todas las cosas”. Y es que, según este filósofo, padre del relativismo, no hay verdades universales, sino que dependen del contexto del sujeto. Este enfoque lo recogería de nuevo Nietzsche al afirmar que “los hechos no existen, solo hay interpretaciones”.

Claro que el relativismo llevado a su extremo puede plantear algunos dilemas morales. Si todo es subjetivo, ¿hasta qué punto los que mienten, engañan, estafan, traicionan, embaucan, tergiversan o confunden deliberadamente a los demás, solo están considerando la situación según su mejor criterio en función del momento, del lugar y del propósito? Y si esto es así, ¿está todo justificado según el contexto y la interpretación individual? Incluso podríamos afirmar cínicamente, como Diego Peretti en Doble Discurso, que la manipulación y la mentira parecen lo mismo, pero no lo son.

Ante esto, y para evaluar la moralidad de las acciones, el utilitarista Bentham elaboró el principio de felicidad, tanto de los individuos como de los gobiernos, porque para él era inevitable que cualquier acción implicara el beneficio de algunos en perjuicio de otros. Según este autor, una acción es buena en tanto que produce la mayor felicidad a la mayor cantidad de personas.

Y para saberlo, Bentham elaboró una fórmula aritmética teniendo en cuenta 7 circunstancias. Cada una de ellas se valora en virtud de la cantidad de satisfacción que logramos o esperamos lograr, con una misma escala de puntuación. De este modo, la acción más correcta (la más ética) será la que obtenga más puntos totales. Los factores a considerar son:

1.       La intensidad de la satisfacción

2.       La duración de la misma

3.       Con qué probabilidad se producirá o no la satisfacción

4.       Cómo de pronto se disfrutará del resultado

5.       Si esa acción conducirá a nuevas satisfacciones

6.       Cuánto dolor lleva aparejada

7.       A cuántos individuos afectará

Por tanto, la política podría reducirse a una sola pregunta: ¿son más las personas a las que hace felices que a las que causa tristeza? Es decir, una ley se justificaría solo si hace más bien que mal.

La tesis de Bentham, no supone asegurar la objetividad en el proceso de elección y de toma de decisiones, pero al menos es una aproximación que podemos aplicar en ámbitos públicos y privados. Claro que tampoco esta ecuación está exenta de riesgos, pues una valoración estrictamente basada en la utilidad podría conducir a la tiranía de la mayoría, que puede pretender uniformar creencias y comportamientos, sin mayor reflexión.

Así, cuentan que un hombre iba a ser enterrado. Sus compañeros portaban el féretro cuando, de repente, escucharon golpes que procedían del interior del ataúd. Lo abrieron apresuradamente y su amigo, revivido, se incorporó y les espetó:

-          ¿Qué hacéis? ¿No veis que estoy vivo?

Tras el shock inicial, uno de los compañeros acertó a hablar y le dijo:

-          Amigo mío, los médicos y los sacerdotes han certificado tu muerte. ¿Cómo pueden haberse equivocado los expertos?

 Así que, de nuevo, volvieron a atornillar el féretro, y lo enterraron debidamente.

Publicado en La Vanguardia, 3 diciembre 2023

El poder de la minorías

"No hay Gobierno de progreso en el Estado español si los que nos queremos marchar, y además somos de izquierdas, no lo sostenemos. Esa es la gran paradoja. Y eso es lo que nos ofrece la posibilidad de negociar cosas", afirmó Arnaldo Otegui, coordinador general de EH Bildu, al explicar su apoyo a los presupuestos generales del Estado para 2023. Y algo parecido argumentó Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso, al declarar que su partido utilizó el apoyo a los presupuestos generales como "palanca de fuerza" para que el Gobierno eliminara el delito de sedición por el que fueron condenados las líderes del procés independentista catalán.

Arnaldo otegui, oriol junqueras, gabriel rufián

Ambas situaciones son ejemplo de cómo posiciones minoritarias pueden acabar teniendo un papel más relevante de lo que su representatividad podría otorgarles. Es lo que en relaciones de poder se denomina "centralidad"; el modo en que el ocupante dota de relevancia a su puesto, convirtiéndolo en principal. Y ello por diferentes vías: proporcionando los recursos más críticos y difíciles de conseguir para la organización (en los ejemplos anteriores, serían los votos), controlando los temas sobre los que decidir, o la información, reduciendo el nivel de incertidumbre, o haciéndose irremplazable (por el control del proceso, por el tipo de conocimiento…).

O como afirmaba Kevin Spacey al inicio de House of Cards: "El poder es como las propiedades: importa la localización. Cuanto más cerca estés de la fuente, más valdrá la propiedad".

A través de esa centralidad se forjan alianzas que resultan ser decisivas para detentar el poder, ya que proporcionan apoyo político y permiten que los individuos obtengan palancas para implementar sus propias ideas. Así, al formar más alianzas, los individuos dependen menos unos de otros a su alrededor porque tienen muchas alianzas alternativas en las que pueden confiar. Y en sentido contrario, la incapacidad para formar y mantener alianzas con otros es probablemente un factor determinante de la pérdida de poder.

Ahora bien, de un modo u otro la autoridad siempre la conceden los de abajo, que disponen de un "poder latente de veto" con respecto a los superiores: marcharse, rebelarse… El sociólogo David Mechanic resalta cómo la aceptación de la autoridad es crítica en la gestión de las organizaciones, especialmente si son grandes, y ello porque los subordinados pueden rehusar aceptar las instrucciones de los jefes u obstaculizarlas, sin que en la práctica sea posible ejercer el control exclusivamente a través del uso de castigos y recompensas. Por ejemplo, en una empresa, si se pierden la confianza y legitimidad, la autoridad del directivo, otorgada de salida, será cuestionada y los miembros de la organización estarán menos dispuestos a aceptar las decisiones y las premisas que las sustentan.

Por eso, el economista Kenneth Boulding advertía que si un individuo incompetente ocupa un cargo, disminuirá el poder del cargo y cambiará toda la estructura del poder de la organización. Y el psicólogo Robert Cialdini recuerda que la coherencia personal es muy valorada por los demás miembros de la sociedad, afectando a la imagen pública del individuo.

Son variados los estudios que concluyen que el propio comportamiento de los detentadores del poder también es una causa común probable de su pérdida de poder. Por ejemplo, porque el poder puede conducir a una toma de decisiones defectuosa, la violación de contratos sociales y transgresiones éticas.

Aunque las personas en posiciones de poder tienen muchas ventajas, abundan las historias de personas que caen desde esa elevada posición. Sebastien Brion y Cameron Anderson analizaron que los individuos con poder eran más propensos a sobrestimar la fuerza de sus alianzas y que esto sugiere que el poder a veces conduce a su propia desaparición porque los individuos poderosos asumen erróneamente que los demás se sienten aliados con ellos.

Como diría el sacerdote Laocoonte en el episodio del caballo de Troya: "No confiéis en el caballo, sea lo que sea, temo a los griegos incluso si traen regalos". Como se sabe, los troyanos ignoraron la advertencia, introdujeron el caballo en la ciudad, y dentro de él a los soldados griegos que acabaron destruyéndola.

Publicado en Valencia Plaza, 13 de enero de 2023

Las 8 características del "mentiroso top": resignificando...

Dionisio I tirano de Siracusa, trataba fatalmente a sus habitantes, tanto que todos sus súbditos rogaban por su muerte. Todos menos una anciana, que al contrario que sus conciudadanos rezaba todos los días por la salud de Dionisio. Al saberlo, el tirano, intrigado, le preguntó por qué lo hacía. La anciana le explicó que, a lo largo de su vida, ya había conocido a otros dos tiranos antes que él, y que también como los demás ciudadanos en cada momento había pedido por la muerte del tirano correspondiente, pero que cada vez que uno fallecía le sucedía otro muchísimo peor, y de ahí su actual preocupación.

¿La utilidad es la única verdad?

Tras las últimas elecciones de julio sigue en el ambiente los reproches y las acusaciones de mentiras y medias verdades que ya aparecieron durante los debates previos. Nada sorprendente, pues vivimos un momento en el que se abre paso el concepto de “resignificación”. Este concepto, aunque no se recoge por la RAE, se define como otorgar un sentido diferente a un hecho a partir de una nueva interpretación.
Decía el filósofo Sanders Peirce, fundador del pragmatismo, que la verdad es la versión de la realidad que mejor funciona para nosotros, de modo que las cosas son buenas, no en sí mismas, sino por las consecuencias prácticas que ofrecen para lo que el sujeto quiere obtener. Entonces, ¿hasta qué punto es censurable que el dirigente de un país mienta para estar en posición de ventaja ante un enemigo, ya sea porque diga algo falso, ya porque omita una información esencial?

Un paso más en esta línea lo propondrá Richard Rorty, al afirmar que el ser de las cosas se reduce a su utilidad en la práctica, y su valor queda establecido por la capacidad de negociación. Es decir, no importa la verdad en sí misma. La única verdad será, por tanto, la utilidad.

El arte de gobernar consiste en ser honrado

Incluso bastante antes, Maquiavelo ya nos advertía que "en los actos de todos los hombres, y especialmente de los gobernantes, lo que importa es el fin. A un gobernante solo debe preocuparle mantener el Estado, porque siempre se considerará que los medios son honorables y dignos de la alabanza de todos, dado que las masas solo ven las apariencias y los resultados de los asuntos, y el mundo no es otra cosa que las masas”.

Y es que, según el autor florentino, la mayoría de la gente es egoísta, corta de miras, inconstante, con tendencia a imitar y fácil de engañar. Ahora bien, también aclaraba que esas maniobras solo eran aceptables cuando se hace por el bien público, y que la intriga y el engaño no pueden convertirse en un fin en sí mismos. Porque como afirmaba Thomas Jefferson, “todo el arte de gobernar consiste en ser honrado”.

En caso contrario, nos encontraríamos ante entornos corruptos, en los que el poder público procura obtener una ventaja indebida, y genera restricciones para el ejercicio de los derechos fundamentales. Sobre este asunto es interesante revisar el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) elaborado por Transparencia Internacional. Este indicador evalúa los niveles de corrupción percibida en el sector público de 180 países.
España ocupa la posición 35 del IPC de 2022, junto con Botswana, Cabo Verde, y San Vicente y las Granadinas. Los tres primeros puestos son para Dinamarca, Finlandia y Nueva Zelanda, por este orden. Nuestro país desciende así un puesto con respecto al IPC 2021 y tres con respecto al IPC 2020. Por otro lado, España se mantiene en el puesto 14 de los 27 Estados Miembros de la Unión Europea.

Las 8 características del "mentiroso top"

Vemos pues que la mentira y la corrupción siguen siendo tan antiguas como actuales, y no siempre fáciles de descubrir y combatir. Decía cínicamente Casey Affleck en el filme El demonio bajo la piel, “si pudiéramos suprimir las mentiras, ¿qué haríamos sin ellas?”. El psicólogo Paul Eckman propone 8 características del “mentiroso top” que tal vez nos ayuden a identificarlos:
1. Experiencia previa en mentir
2. Inventiva en el embuste
3. Buena memoria
4. Lenguaje persuasivo
5. Uso de los músculos faciales para enfatizar la exposición
6. Habilidad teatral
7. Autoconvencimiento de su propia mentira
8. Sin temor a la culpa o la vergüenza
Cuanto mejor desarrolle estas habilidades, más difícil será detectar al mentiroso. De todos modos, quizá sea más fácil de lo que pensamos, porque, al menos en la política, la sabiduría popular afirma que un político miente desde el mismo momento que mueve los labios.

Publicado en La Vanguardia, 19 de agosto de 2023

El secreto de la vida

Cuentan que un granjero le dijo a su hijo que cuando tuviera 12 años le contaría el secreto de la vida. Cuando el niño cumplió los 12 años, le recordó a su padre la promesa. Entonces el campesino se lo reveló: “El secreto de la vida es que las vacas no dan leche” dijo. ¿Cómo qué no? Respondió incrédulo el chico.

“Así es”, contestó el padre. “Las vacas no dan leche, hay que ordeñarlas. Tienes que levantarte a las 4 de la mañana, ir al campo, caminar por el establo lleno de excrementos, atar la cola y las patas de la vaca, sentarte en el banquito, colocar el balde y hacer los movimientos adecuados. Este es el secreto de la vida: las vacas no dan leche. O las ordeñas o no tienes leche”.

Claro que ese esfuerzo no es fácil, y no solo, o especialmente, tras la vuelta de las vacaciones y su síndrome. De hecho, nuestro vocablo “trabajar” tiene su origen en el “tripaliare” latino, con el que se describía el instrumento al que se ataba a las personas condenadas a un castigo corporal.

Tradicionalmente se entiende que en general los resultados se obtienen a través del esfuerzo. Así el psicólogo Vroom desarrolló su teoría de la expectativa, según la cual los seres humanos actuamos motivados por la percepción anticipada (o expectativa) del resultado que vamos a obtener con tal acción. Por tanto, si consideramos que el resultado no va a ser el esperado, en principio no actuaremos y nos ahorraremos el esfuerzo. Ahora bien, también es posible que el resultado se produzca sin esfuerzo, como cuando se produce un golpe de suerte inesperado, e igualmente puede haber esfuerzo sin resultado. Cuál sea nuestra creencia dominante al respecto condicionará seguramente nuestra manera de enfocar nuestra trayectoria vital.

El 30 de mayo de 2007 el español Eduardo Manchón se hizo famoso porque junto con Joaquín Cuenca, amigos desde el instituto, vendieron su 'startup' Panoramio a Google, convirtiéndose en los primeros españoles que realizaban una venta a un gigante tecnológico de ese tamaño. Hijo de un albañil y de una empleada de fábrica textil, defiende que aunque hay que saber esforzarse en determinadas circunstancias, el esfuerzo continuo no es garantía de nada. Es más, declara que en esa exitosa venta el esfuerzo pesó muy poco; fueron más importantes una serie de coincidencias que les llevaron a conocer a las personas adecuadas en el momento adecuado. Claro que como diría Jacinto Benavente, “muchos creen que tener talento es una suerte; nadie cree que la suerte pueda ser cuestión de tener talento”.

En una encuesta del CIS de julio de 2018 se preguntaba que influía más en la posición económica en España: el esfuerzo, educación y valía profesional (en una escala de 0 a 10, se situarían en el punto 0), o si lo que realmente importaba era el origen familiar, los contactos o simplemente la suerte (estas se situarían en el punto 10). El 42,9% se inclinó por esta última opción, un 33,2% lo hizo por el esfuerzo, y un 21,3% optó por una posición intermedia.

Es decir en el primer grupo podríamos encontrar a los que, como Manchón, consideran que gran parte de la vida depende de la suerte. Y lo cierto es que da miedo pensar que hay tantas cosas fuera de nuestro control.

En el otro extremo estarían los que coincidirían con Ortega y Gasset, quien afirmaba que "todo es resultado de un esfuerzo; sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo; si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde". Solo hay excusas o resultados, le espetaba Gal Gadot a Ryan Reynolds en la película Alerta roja.

En el punto intermedio se situarían los que entienden que la mitad de la vida es suerte, la otra disciplina, como el escritor alemán Carl Zuckmayer, guionista del clásico filme El ángel azul.

En suma, no hay un paradigma indiscutible en este asunto. Lo que la realidad muestra es que, como en las recetas culinarias, hay una mezcla de ingredientes, que según la diferente proporción aplicada y el tratamiento dado, producirán un diferente resultado más o menos adecuado en la medida en que encajen.  Fusión de preparación y oportunidad, a eso le llaman suerte, decía Voltaire.

Publicado en La Vanguardia, 18 de septiembre de 2022

Vacaciones estoicas

Con el verano llegan las vacaciones, pero como ocurre últimamente, la alegría de disfrutar del tiempo libre parece empañarse con la crisis que nos persigue. Noticias nacionales e internacionales no proporcionan visos de tranquilidad. Y hay quien ha denominado al actual verano como el último antes de la recesión. Y así no hay quien disfrute plenamente del tiempo de asueto, ¿o sí?

El CIS de julio indica que el 75,8% de los encuestados considera la situación económica general de España como mala o muy mala, y con igual valoración califica su situación económica personal un 26% de la muestra. De hecho, según la plataforma global de investigación de mercados, Appinio, el 40% de los españoles se ha visto obligado a posponer sus planes de vacaciones veraniegas por el encarecimiento de los precios. El 57% ha decidido acortar la duración y un 30% han optado directamente por cancelarlas.

Claro que el concepto de vacación es más amplio que planear viajes, y cambiar de entorno, pues como lo define la RAE, se trata del descanso temporal de una actividad habitual. Ya decía el sabio que para viajar lo único que hace falta realmente es mudar el espíritu. 

Cuenta una historia que una mujer maya cansada de la rutina del campo y de tanto trabajo duro, decidió vender su casita. Como sabía que su vecino era un destacado poeta, decidió pedirle el favor que le hiciera el anuncio de venta. La publicidad decía:

"Vendo un pedacito de cielo, adornado con bellos árboles frutales y de maderas finas, donde todos los días las aves ofrecen conciertos con sus mejores cantos y un cristalino cenote con el agua más pura que jamás hayan visto".

El poeta tuvo que marcharse por un tiempo, pero a su regreso decidió visitar a sus nuevos vecinos, pensando que la mujer se habría mudado. Pero en realidad la mujer seguía allí. 

El poeta preguntó: ¡Vecina! ¿No quería marcharse de aquí?

La mujer con una sonrisa le respondió: No vecino, después de leer su anuncio de venta, comprendí que tenía el lugar más maravilloso de la tierra y que no existe otro mejor...

Ya los cínicos griegos defendían que el ser humano llevaba en sí mismo los elementos para ser feliz y conquistar su autonomía; la persona con menos necesidades era la más libre y la más feliz. Y siguiendo esta línea los estoicos afirmaban que si bien no podemos controlar todo lo que nos pasa, si podemos trabajar nuestra percepción sobre cómo nos lo tomamos, aceptando el momento tal como se presenta, sin dejarnos dominar por el deseo de placer o por el miedo al dolor. 

Más recientemente, Covey distingue nuestro círculo de preocupación, de nuestro círculo de influencia. El primero es más amplio dado que incluimos problemas sobre los que no tenemos ningún control real; aquí están las personas reactivas, y la impotencia es la emoción predominante. En cambio, en el círculo de influencia reunimos las preocupaciones sobre las que podemos actuar. Es el propio de las personas proactivas, con iniciativa y habilidad para responder y conseguir aumentar paulatinamente esa área.

Siempre que pensemos que el problema y la solución están afuera, ese pensamiento es el problema, porque si realmente queremos mejorar la situación, tendremos que trabajar en lo único sobre lo que tenemos el control: nosotros mismos. Y es que nuestra conducta es consecuencia de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones; pues, como apuntaba François de La Rochefoucauld, cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte. 

Como recordaba el médico interpretado por Javier Cámara en la película El olvido que seremos, el ser humano necesita las cinco A: aire, agua, alimento, abrigo y afecto. Quizá sea la receta esencial de la vida, y también de las vacaciones ¿o no? ¡Buen verano!

Publicado en Valencia Plaza, 28 de junio de 2022

¿Buena suerte o mala suerte?

Decía uno de los protagonistas del filme Parásitos que “el único plan que nunca falla es no hacer planes, porque cuando haces planes nunca salen como esperabas”. Que la reforma laboral haya resultado aprobada in extremis merced a la “equivotación” de un diputado del Partido Popular, nos evoca historias de errores trascendentes y de lapsus garrafales.

En este caso en concreto, Sigmund Freud nos recordaría en su Psicopatología de la vida cotidiana, que “allí donde aparece un error, yace detrás una represión, o, mejor dicho, una insinceridad, una desfiguración de la verdad, basada, en último término, en un material reprimido”. Se trata de los llamados actos fallidos. Por cierto, que también la propia presidenta del Congreso Meritxell Batet inicialmente declaró “derogado el decreto-ley”.

Claro que también cabe que Alberto Casero, cuando votó en contra de lo previsto por su partido, simplemente se equivocara. Vamos, que la falta de competencias digitales le causara una mala pasada. Pues también Freud apostillaba que “de estos errores originados por una represión hay que distinguir otros debidos a ignorancia real”.

En cualquier caso, lo que cierto es que en solo unos segundos la alegría y la tristeza cambió de bando. La diosa Fortuna, caprichosa como siempre, sobrevoló el Congreso, y en esos breves instantes mostró su diversos semblantes: la fortuna dudosa, pues la suerte de la reforma dependía de un solo voto; la fortuna breve, pues la alegría del PP fue efímera; y, por último, la mala fortuna, inicialmente del Gobierno, que veía bloqueado su proyecto, pero que fue subsanado a su vez por el desafortunado error de Casero.

Seguramente que, en ese momento, la ministra Yolanda Díaz, pudo haber rememorado ese pasaje de Ricardo III, en el que Gloucester declama: “Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano”.

Opiniones habrán sobre si lo mejor que nos podía pasar es que se aprobara la reforma, o, si por el contrario, ese invierno de nuestro descontento se va a perpetuar. ¿Quién lo sabe?

Cuentan que en una aldea china un labrador vivía con su hijo. Solo tenían algo de tierra y un caballo. Un día el animal se escapó, dejando al hombre sin ayuda para arar la tierra. Sus vecinos trataban de consolarle, pero ante la sorpresa de estos, él les preguntó: ¿Cómo podéis saber si ha sido una desgracia?

Una semana después el caballo regresó en compañía de una yegua. La cuadra crecía. Al enterarse los vecinos se apresuraron a felicitarle por su suerte, pero de nuevo el labrador les preguntó: ¿Cómo podéis saber si es una bendición? Los vecinos no daban crédito a su actitud.

Tiempo después, cuando el hijo del campesino trataba de domar a la yegua, esta lo desmontó y el joven se fracturó la pierna. Otra vez encontró el cariño y el consuelo de sus vecinos, pero igualmente les preguntó: ¿Cómo podéis saber si ha sido una desgracia?

Al cabo de unas semanas Japón declaró la guerra a China, y todos los jóvenes del pueblo fueron reclutados para el ejército. Todos, menos el hijo del labrador. Ninguno de los de aquella quinta regresó vivo.

Con el tiempo, el caballo y la yegua tuvieron potros con los que el campesino ganó dinero, y además su hijo se recuperó. Con frecuencia el labrador visitaba a sus vecinos para consolarlos y siempre que alguno se quejaba, le decía: ¿Cómo sabes si esto es una desgracia? Y si alguno se alegraba mucho, le preguntaba: ¿Cómo sabes si esto es una bendición?

Y es que más allá de las apariencias, la vida tiene muchos significados. ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Quién lo sabe.

Publicado en Valencia Plaza, 17 febrero 2022

Burn-out y COVID-19: cómo apagar un incendio

El síndrome del trabajador quemado en tiempos de la COVID-19

Por un tiempo nadie murió en la tierra. Sísifo el rey de Corinto había hecho prisionero a Tánatos, el dios de la muerte, y este no podía cumplir su misión. Y así fue hasta que Ares, el dios de la guerra, lo liberó. Como castigo, Sísifo fue condenado a empujar eternamente una pesada piedra por la ladera de una empinada montaña; de modo que siempre que estuviera a punto de culminar la cima, la roca caería de nuevo hacia el valle, debiendo subirla de nuevo. Y así, sin fin.

Que esta maldición ha llegado a nuestros días lo deben pensar los profesionales del sector sanitario antes las sucesivas olas de la pandemia. Y especialmente ante la estulticia y resistencia de ciertos ciudadanos a no seguir las prácticas preventivas básicas como el uso de la mascarilla, la distancia social o la vacunación. Cuando parece que se descongestionan las unidades hospitalarias, un relajamiento de la confianza propicia un rebrote del virus, y vuelta a empezar.

Además, se vuelve a caer en acciones de emergencia que muestran falta de previsión y que resultarán contraproducentes por su reiteración. Por ejemplo, según se desprende de los últimos datos de la Seguridad Social, el sindicato CSIF ha informado de que en diciembre, coincidiendo con la variante ómicron, se realizaron 29.182 contratos en la sanidad, cifra que no compensa las 58.536 bajas registradas desde septiembre de 2021. Con el impacto que esto tiene en  la carga de trabajo para los que se quedan. ¡Como para que alguien se queje de síndrome postvacacional en estos momentos!

Conviene recordar que un estudio de la OMS y la OIT concluye que trabajar 55 horas o más a la semana correlaciona con un aumento del 35% del riesgo de un accidente cerebrovascular y del 17% de morir de una cardiopatía isquémica, comparado con una persona que trabaja entre 35 a 40 horas semanales.

Aunque el concepto de agotamiento ocupacional (burnout o “síndrome de estar quemado”) se originó en la década de 1970, no fue hasta 2019 que la Organización Mundial de la Salud lo incluyó en su Clasificación Internacional de Enfermedades, describiéndolo como «un síndrome resultado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado con éxito».

Pero este síndrome no queda limitado al ámbito sanitario. También otros sectores lo padecen con mayor o menor incidencia, como docentes, policías, bomberos… En 2018, en una encuesta de Gallup sobre 7.500 empleados a tiempo completo el 23% informaron sentirse agotados en el trabajo muy a menudo o siempre, y un 44% a veces. Es decir, aproximadamente dos tercios de los trabajadores a tiempo completo experimentan agotamiento en el trabajo.

Los 3 síntomas son: cansancio emocional, baja realización personal y despersonalización

Sus síntomas son: cansancio emocional, baja realización personal y despersonalización. El cansancio físico y emocional es la manifestación inicial del síndrome. La baja realización personal implica sentimientos de incompetencia y fracaso en el ejercicio de la profesión. Por último, la despersonalización se evidencia con actitudes y sentimientos negativos hacia las personas destinatarias del trabajo, porque las demandas de estos son más fáciles de gestionar cuando se les considera objetos impersonales del trabajo.

Burn-out: trabajadores quemados y COVID-19.

Las 5 causas del burn-out.

Y no podemos creer sin más que este síndrome depende de la vulnerabilidad de cada persona. Salvo casos específicos, los estudios evidencias que el burnout  es un problema del medio laboral en el que se trabaja. Sus causas son básicamente cinco:

1)Excesiva carga de trabajo,

2) Percepción de que no se recibe una recompensa proporcional a lo que se da,

3) No se recibe un trato equitativo,

4) Falta de una comunidad de apoyo, y, finalmente,

5) Baja capacidad para influir en las decisiones relativas a la propia función. O como lo resumía Jorge Perugorría a Juana Acosta en el filme Vientos de La Habana: “mi problema es que casi siempre hago lo que no quiero hacer; y casi nunca hago lo que quiero hacer”.

Burn-out: trabajadores quemados y COVID-19.

5 tácticas para evitar el burn-out.

Y a la vista de esas causas, resultan evidentes las líneas de acción para revertirlas. La referida encuesta Gallup resalta algunas prácticas que reducen las probabilidades de que los trabajadores se sientan agotados con frecuencia:

1) Por supuesto, una adecuada relación entre los recursos y las cargas de trabajo,

2) Si tienes oportunidad de hacer lo que mejor sabes hacer, tus probabilidades de «quemarte» serán un 57% menos

3) Un 43% menos si puedes elegir qué tareas hacer, cuándo y cuánto tiempo dedicar,

4) Un 26% menos si dispones de un entorno de colaboración con tus compañeros.

5) Pero destaca el 62% menos de probabilidades si tienes un gerente dispuesto a escuchar tus problemas relacionados con el trabajo. Porque como decía la Madre Teresa de Calcuta, la mayor enfermedad hoy día es sentirse no querido, no cuidado y abandonado.

Se trata de ese liderazgo empático que muestra un interés sincero por el otro. Que intuye lo que un estudio de la Mental Health Foundation de Reino Unido sobre 2.000 personas confirma: que casi un tercio de los encuestados dijeron que mentían a menudo sobre cómo se sienten. Un liderazgo que indaga sobre la verdadera situación, porque sabe que aunque un adulto promedio dirá “Estoy bien”, 14 veces a la semana, solo un 19% lo dirá realmente en serio.

Ahora bien, no olvidemos que tan importante es cuidar como cuidarse. Por tanto, en cualquier caso, nunca te olvides de ti.

Publicado en La Vanguardia, 8 de enero de 2022

Se buscan 1.975 millones de personas para el cambio climático

Los incendios veraniegos y las inundaciones de septiembre nos han recordado sin concesiones una tarea que tenemos pendiente: qué hacer ante el cambio climático. “A veces necesitamos que alguien nos enseñe lo que no somos capaces de ver, y entonces nos cambia la vida” le decía Seth Rogen a su amigo en la película ¿Hacemos una porno?

El recién presentado informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, destaca que la estabilización del clima requerirá reducciones fuertes, rápidas y sostenidas de las emisiones de gases de efecto invernadero, y llegar a cero emisiones netas de CO2. Este informe ha sido aprobado por 195 gobiernos miembros, el mismo número de gobiernos que suscribieron en 2015 el Acuerdo de París, que es en la actualidad el principal marco de regulación climática internacional, y que sucedió al Protocolo de Kyoto de 1997, que a su vez siguió la estela iniciada en la Conferencia de Estocolmo de 1972 que despertó la concienciación sobre la necesidad de cuidar de nuestro planeta.

Desde esa Conferencia se han emitido más de un millar de leyes para proteger el medioambiente, y parece que todavía no se acaba de actuar con la decisión necesaria. ¿Y de quién es la responsabilidad?

El CIS del pasado mayo preguntó sobre quién debía ser responsable del bienestar de todos ciudadanos. El 70,9% respondió que debe ser el Estado, un 11,4% contestó que la responsabilidad del Estado debe limitarse a los ciudadanos más desfavorecidos, y un 12,7% afirmó que son los ciudadanos quienes deben ser los responsables de su propio bienestar. Pocos cambios respecto a las respuestas que para una pregunta semejante se hizo en el CIS de ¡septiembre de 2011!: un 67,1% atribuía la responsabilidad al Estado, un 21,3% la circunscribía al cuidado de los más desfavorecidos, y solo un 7,9% defendía que los ciudadanos deben valerse por sí mismos para resolver sus problemas.

Podrá argumentarse que un asunto como el del cambio climático es tan complejo que poco podemos hacer como individuos, pero como advertía Montaigne “a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa”.

Siempre hay formas de contribuir individualmente a los cambios. Algunas pueden ser extravagantes, como la reciente tendencia de algunas estrellas de cine de evitar el baño diario y el jabón como Leonardo DiCaprio, que solo se baña dos veces por semana para ahorrar agua, y no usa desodorante porque lo considera dañino para la naturaleza.

Pero lo que no es una moda son las 3R clásicas de la gestión ambiental -reducir, reciclar, reutilizar-, aplicables en prácticamente todos los momentos y entornos de nuestra vida cotidiana. Y sin embargo, todavía hay mucho margen de mejora.

Por ejemplo, en España en 2020, el peso total de envases domésticos de plástico, brik, metal y papel / cartón que se enviaron a plantas de reciclado y que fueron recuperados previamente a través de la recogida selectiva y del contenedor de resto fue apenas un 10% más que cinco años antes.

No hace tanto que todavía se dudaba del cambio climático y de sus consecuencias. Incluso Trump sacó a los Estados Unidos del citado Acuerdo de París. Ya advertía Robert Young en el filme Encrucijada de odios, que “los ignorantes se ríen de lo que no comprenden”. Y es que un modelo de crecimiento sin contaminación, supone una transformación radical que pone en riesgo la forma tradicional de hacer las cosas, desatando una fuerte resistencia al cambio. Y aunque poco a poco la conciencia de la gravedad de la situación va calando, no lo hace ni con la velocidad, ni con la contundencia necesaria.

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La teoría de la masa crítica sostiene que cuando una minoría comprometida alcanza un determinado tamaño, el sistema social cruza un punto de inflexión y las acciones de ese grupo desencadenan una cascada de cambios de comportamiento que aumentan rápidamente la aceptación de la opinión minoritaria. La pregunta es: ¿cuál es el tamaño necesario de esa minoría?

En 2018, investigadores de la Universidad de Pensilvania y la Universidad de Londres resolvieron esa cuestión.  Las poblaciones con minorías comprometidas que oscilan entre el 25% y el 27% del total lograron niveles de cambio del comportamiento entre 72 y el 100% de la población total.

Según la mencionada teoría de la masa crítica, el poder de los grupos pequeños no proviene de su autoridad o riqueza, sino de su compromiso con la causa. El referido informe sobre Cambio Climático aunque reconoce que la situación es crítica, también muestra que las acciones humanas todavía tienen el potencial de determinar el curso futuro del clima.

En la actualidad la población mundial se cifra en 7.900 millones de personas, por lo que aplicando el razonamiento de los aludidos investigadores se necesitan al menos 1.975 millones para revertir la tendencia y dar viabilidad al planeta. ¿Te apuntas?

Publicado en Valencia Plaza, 18 septiembre 2021.

España 2050: largo me lo fiais...

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Pedro Sánchez presentó el informe “España 2050: Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo”, transmitiendo la idea de que gobernar es planificar el futuro. Predecir el porvenir es una aspiración eterna y muy interesante, pero también es especialmente complicada. Hasta el punto que parece de ciencia ficción. Como la que proponía Asimov en La Fundación. Allí, un matemático, Hari Seldon, desarrolla un modelo predictivo que le permite descubrir algo terrible: el Gran Imperio Galáctico se dirige hacia la destrucción, y tras ella vendrán 30.000 años de caos y dolor, hasta recuperar una nueva era de prosperidad. Dado que las consecuencias de comunicar este hallazgo podrían ser peores que las previstas, Seldon idea un plan secreto para minimizar ese periodo de destrucción (las fundaciones).

Por el bien de todos, esperemos que el plan presentado por Sánchez no tenga una trastienda como la sugerida por Asimov. Creamos más bien que a nuestro presidente le inspira la línea resumida por el psicólogo estadounidense William James, quien afirmaba que "el pesimismo conduce a la debilidad; el optimismo al poder". 

Así, Pedro Sánchez declara en su prólogo al citado informe, que “España es un país con hambre de futuro”. Quizá su “superasesor” Iván Redondo haya buceado en las teorías del psicólogo Martin Seligman, desarrollador del concepto de psicología positiva. Según este autor, se constata la relación directa entre optimismo y política, y, tras estudiar numerosos procesos electorales a la presidencia de Estados Unidos, concluye que los candidatos de estilo más sombrío tienden a ser más pasivos, que los votantes prefieren al candidato más optimista (o en nuestros tiempos, al menos deprimido), y que cuanto más pesimista sea el candidato menor es la esperanza que despierta en el votante.

De hecho, el epílogo de ese mismo informe lleva por título “Redescubrir el optimismo”, alertando de una ola de pesimismo que se está apoderando de la población europea y española, que consideran mayoritariamente que las generaciones futuras no vivirán mejor que sus padres (más del 55% de los encuestados). En este sentido es conveniente tomar conciencia de que según la OMS el 6,7% de la población española está afectada por la ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión, y obviamente esto no ha mejorado durante el confinamiento.

Y para superar esta tendencia el propio informe señala como primer y necesario ingrediente, confianza en el progreso. Si seguimos los postulados de la terapia cognitiva de Beck y otros, la depresión es el resultado de nuestros hábitos de pensamiento consciente, de modo que si cambiamos cómo pensamos acerca del fracaso, la derrota, la pérdida o el desamparo, estaremos en el principio de la solución.

Ya a final de 2020 Sánchez trabajó la misma veta, al introducir el concepto de resiliencia al presentar el plan para la gestión de los fondos de recuperación europeos en los próximos años (“Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía española”). No en vano, el neurólogo Cyrulnik, autor de Resiliencia, demostró que el cerebro es maleable y se recupera si se le permite. Las resonancias magnéticas evidencian que el cerebro de un niño traumatizado recupera la normalidad fisiológica antes de un año si se le da el cariño y apoyo necesarios. Es decir, que nuestra historia no determina nuestro destino.

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No se trata de desmerecer el ser optimista. Serlo no es malo en absoluto, siempre que se sea consciente de ese sesgo, porque como afirmaba Mark Wahlberg en Marea Negra: “la esperanza no es una táctica”. De hecho, los optimistas no se rinden con la misma facilidad que los pesimistas y se autoafirman incluso en situaciones en las que el resultado no les es favorable. Ahora bien, curiosa coincidencia que la presentación del estudio España 2050 la realice alguien en quien el 70,6% de los españoles manifiesta tener poca o ninguna confianza, según el Barómetro del CIS de mayo.

“La experiencia de nuestros tiempos demuestra que los gobernantes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad”. Tan actual ahora como cuando lo escribió Maquiavelo hace quinientos años.  Y es que como advertía Quevedo "nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir".

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¿Por qué no hacemos lo que debemos hacer?

Las fiestas ilegales continúan inasequibles al desaliento, a las multas, al contexto de contagios y fallecimientos por la pandemia. Se discute sobre la pertinencia o no de concentraciones con motivo del 8M o por cualquier otro motivo. Los negacionistas siguen teniendo altavoces con personajes conocidos como Victoria Abril. Las protestas contra la condena del rapero Hasel reúnen a grupos que cuestionan la aplicación de la legalidad vigente; y así siguiendo.

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Lo cierto es que en cualquier ámbito, y desde siempre, son múltiples y variadas las situaciones que ejemplifican comportamientos en los que las personas no hacen los que se supone que deben hacer. ¿Y eso por qué?

El psiquiatra Enrique Rojas, en su libro El hombre light, apuntaba que nos encontramos ante la socialización de la inmadurez, definida por tres ingredientes: desorientación (no saber a qué atenerse, carecer de criterios firmes, flotar sin brújula, ir poco a poco a la deriva), inversión de los valores (como una nueva fórmula de vida, con esquemas descomprometidos) y un gran vacío espiritual pero que no comporta ni tragedia ni apocalipsis.

Aficionados del At. Madrid recibiendo a su equipo antes del derbi con el Real Madrid

En esta línea, según el sociólogo Furedi, un síntoma de la infantilización de la cultura  es que hay un número creciente de adultos que ven películas infantiles en el cine, hasta el punto de que el 25% de los espectadores de los canales de televisión dirigidos a menores en Estados Unidos, son adultos en lugar de niños. De hecho en 2019, en España, de las 10 películas con más espectadores en el cine, cinco fueron de animación Disney, y otras cuatro fueron adaptaciones de cómics.

Se prolongan así en el tiempo conductas y trastornos que aparecen en mayor o menor medida en la edad infantil y adolescente, y que a veces no son detectados ni gestionados a tiempo. Por ejemplo, la conducta negativista y desafiante, que lleva a discutir órdenes de las figuras de la autoridad, de manera recurrente y persistente, poniendo a prueba una y otra vez los límites establecidos y mostrando rencor y hostilidad hacia compañeros/as o adultos. O la conducta dominante exigente y egocéntrica, que evidencia poca sensibilidad emocional, un comportamiento agresivo y desafiante (verbal o físico), poca culpabilidad y ausencia de apego hacia los demás.

En definitiva, muestras de desobediencia que han convertido los berrinches y rabietas infantiles en conductas disruptivas, y continuo rechazo de las órdenes. Seguramente, si aplicáramos a los adultos las herramientas de detección de tales trastornos que se emplean en los colegios, nos llevaríamos muchas sorpresas. Si se atreve, pruebe a consultar http://educaryaprender.es/

Por otra parte, en el ámbito laboral, Ferdinand F. Fournier resumió hace algunos años las posibles razones por las que los empleados no hacen lo que se supone que deben hacer. Razones que ciertamente son extrapolables a otros entornos:

1.       La gente no sabe por qué debe hacerlo. En consecuencia, no parece importarles.

2.       No saben cómo hacerlo.

3.       No saben qué es lo que se supone que deben hacer.

4.       Piensan que los métodos propuestos no darán resultados.

5.       Piensan que los métodos de ellos son mejores.

6.       Piensan que hay algo más importante. En consecuencia, sus prioridades no coinciden con las de los demás.

7.       Entienden que para ellos no hay una consecuencia positiva de actuar de ese modo.

8.       Piensan que ya lo están haciendo.

9.       Reciben una recompensa por no hacerlo.

10.   Reciben un castigo por hacer lo que se supone que deben hacer

11.   Anticipan una consecuencia negativa por hacerlo

12.   No hay ninguna consecuencia negativa  por no hacer lo que se espera. Y se tolera.

13.   Los obstáculos que les impiden cumplir están fuera de su control

14.   Limitaciones personales dificultan el cumplimiento

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El repaso de las mismas nos sugiere las acciones que deberían acometerse para subsanar esa discrepancia en cada caso, las cuáles giran en su mayoría en torno a una persistente y continuada comunicación y formación, combinada con un equilibrio real y efectivo entre recompensas y castigos, porque lo que es evidente es que para convencer no basta con pedirlo. Y es que, como recordaba Helen Mirren en el filme Anna, “ni siquiera basta con ser inteligente para actuar con inteligencia”.

Publicado en La Vanguardia, 8 de marzo de 2021

Malos tiempos para la lealtad 

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La tempestad generada por la ruptura de Ciudadanos con el PP en Murcia, y sus efectos en otros gobiernos, acompañada por el cambio de partido de algunos de sus representantes más señeros, como Toni Cantó, ha puesto de nuevo de actualidad un concepto que no es nada extraño en política: la traición. Y ello sin que el pacto antitransfuguismo suscrito por la mayoría de las fuerzas políticas, acabe por resultar eficaz.

Está claro que en nuestra sociedad actual la percepción de la traición, en la práctica, ya no es lo que era. Nada que ver con la época de Dante Alighieri, que reservó el noveno círculo del infierno, el último, más profundo, miserable y repugnante de todos ellos, a los traidores.

Clemenceu, primer ministro francés en 1906, declaró que “un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”.

Una pirueta dialéctica más de un político. Como todas aquellas que se intentan justificar aludiendo a que son ”cosas que se dicen durante la campaña electoral”. Como si esto otorgara la absolución automática, olvidando que, como define la RAE, la traición es la falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.

Y es que, como decía Isabelle Hupert en el filme Elle, la vergüenza no es un sentimiento tan fuerte como para impedirnos hacer cualquier cosa. Se recupera así, si es que alguna vez se perdió, la peor versión de los sofistas. Aquellos filósofos de la Grecia Clásica que se hicieron populares enseñando retórica, como técnica de persuasión para hacerse con un puesto en la administración de la polis.

Dice la máxima del marketing, que la única realidad es la percepción del cliente. Por tanto, si somos capaces de influir sobre su percepción, podremos construir la realidad. Se encuentra así la raíz del relativismo y del escepticismo. No habría una verdad universal, sino que cada uno de nosotros tiene la suya; por eso hablar de traición sería relativo.

En cambio, el psicobiólogo de la Universidad de Harvard Marc Hauser apuntó que “hay un conjunto de principios comunes que todos los seres humanos parecen compartir en lo que respecta a sus juicios morales” incluso a pesar de las diferencias subyacentes a las religiones, y que tendrían cierto carácter innato previo al razonamiento racional, hasta el punto de que ante algunos dilemas morales, las emociones seguirían a los juicios morales, no al revés.

Es decir, que, en palabras del psicólogo social Jonathan Haidt, la mente funciona como un pequeño jinete (razonamiento consciente) cabalgando un elefante muy grande (procesos automáticos e intuitivos).

En su investigación, Haidt pedía a la gente que diera una respuesta de lo que para ellos es moralmente justo ante distintos problemas morales, midiendo el tiempo de respuesta y escaneando su cerebro. La observación mostraba que los participantes llegaban rápidamente a una conclusión pero no podían decir por qué. ¿Es incorrecto tener relaciones sexuales con un pollo muerto? Si su perro se muere, ¿por qué no se lo come? La mayoría de los participantes respondían que todo eso estaba mal, pero ninguno podía explicar por qué. Era a partir de este momento que empezaban a elaborar razones justificativas de su decisión. Y esto sugiere un proceso inconsciente que básicamente nos empuja en una dirección o en otra.

Según este autor, hay (al menos) seis fundamentos morales innatos que se mueven entre dos extremos: cuidado-daño, justicia-engaño, libertad-opresión, lealtad-traición, autoridad-subversión, y pureza-degradación.

Según este modelo, tanto las diferentes culturas, como los individuos nos posicionamos en algún punto de ese continuo dando más o menos relevancia a esos principios. Y dado que los partidarios de una determinada ideología o partido son poco sensibles a los  fundamentos morales del adversario, como recuerda el neurocientífico Óscar Vilarroya, el sentimiento de grupo es tan fuerte que nos lleva a pensar que todo lo que hacen los grupos contrarios está mal, independientemente de que objetivamente pudiéramos pensar que está bien, llegando a interpretar sus discursos o comportamientos como egoístas o malintencionados. De ahí la frase de Clemenceau.

Así pues, si asumimos estas conclusiones científicas, parece que nuestro margen racional es más limitado de lo que pensamos. Por cierto, el mencionado Hauser fue acusado de coaccionar a sus alumnos a falsear datos para ajustarlos mejor a su propia tesis, lo que no implica necesariamente que no fuera correcta... ¿o sí?

Publicado el 14 de abril de 2021 en Valencia Plaza.

“Goticas milagrosas”: se busca líder para gestionar pandemia

El 51,4% de los españoles considera que el primer problema que existe actualmente en España son los peligros para la salud relacionados con el coronavirus, según el Barómetro del CIS de enero. Por eso, no extraña que los recientes movimientos en el Ministerio de Sanidad hayan avivado el debate sobre la capacidad de nuestros dirigentes para gestionar esta crisis sanitaria y su impacto en la economía y el empleo. Y también sobre la necesaria, o no, correspondencia entre su formación y experiencia y el ámbito de su competencia. Por ejemplo, sobre si el titular del Ministerio de Sanidad debe tener conocimientos sobre el ámbito sanitario.

Carolina Darias y Salvador Illa

Carolina Darias y Salvador Illa

Al parecer solo 4 de los 24 ministros españoles de Sanidad en democracia han tenido formación médica.

Claro que si en momentos de prosperidad la calidad de la dirección puede no ser crítica, en los momentos difíciles es cuando un verdadero líder marca la diferencia.

Seguramente por eso, el presidente de la Organización Médica Colegial, Serafín Romero, ha manifestado que “el ministerio de Sanidad, el mundo de lo asistencial y la salud pública necesitan un perfil mucho más sanitario y de trinchera”. Que no basta con que la nueva ministra de sanidad, Carolina Darias, sea conocedora de la situación.

Lo cierto es que, según ese mismo estudio del CIS, los españoles suspendemos la gestión de todos de nuestros líderes políticos, con independencia de su formación y del partido al que pertenecen. Y ejemplos como los de cargos públicos saltándose el turno de vacunación no auguran mejores resultados en el futuro.

Es evidente, pues, que de igual modo que los dirigentes no acaban de encontrar la solución a los problemas actuales, tampoco los ciudadanos conseguimos dar con el dirigente que halle la estrategia adecuada. Decía el personaje de Robert De Niro en el filme Ronin “o eres parte del problema, o de la solución; o si no, eres parte del paisaje”. ¿Qué papel jugaríamos como ciudadanos en esa película?

Es decir, ¿la delegación del poder del pueblo en los políticos deja toda la responsabilidad en manos de estos?

Seguramente no. Y es que en la democracia representativa el pueblo debiera ser en última instancia “el jefe”. Así, de igual modo que en una empresa el jefe delega tareas en sus colaboradores, y les otorga margen de maniobra para realizarlas, sin quedar liberado de ser en última instancia el responsable de los resultados, los ciudadanos al entregar el poder a nuestros representantes, no abdicamos de nuestra responsabilidad.

Por ello, la búsqueda del liderazgo es un equilibrio inestable entre las capacidades del dirigente y las capacidades y necesidades de los dirigidos, en función del contexto. Solo podemos encontrar lo que ya existe en nosotros; por tanto, los valores, la formación y la experiencia deben estar previamente desarrolladas en la sociedad de la que surge el líder.

En este sentido, el repetido estudio del CIS, recoge que un 44,3% piensa que la mayoría de los españoles está siendo poco cívica e indisciplinada en la forma de afrontar las medidas contra la COVID-19. Además, seguimos asistiendo con frecuencia a incumplimientos de las medidas de prevención recomendadas, que se complementan con la estulticia de los negacionistas, terraplanistas, creacionistas, y otras especies. Individuos que no solo no hacen bien a los demás, sino que tampoco se lo hacen a ellos mismos. Es decir, estúpidos, en la definición de Cipolla.

En este contexto, no debe extrañarnos la frase de Felipe González, pronunciada en el Foro La Toja Vínculo Atlántico, en octubre de 2019, cuando ni siquiera había comenzado la actual pandemia: “Comparados con algunos, Rajoy y yo somos Churchill”.

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Claro que, junto a esos estúpidos e incompetentes, no lo olvidemos, están los malvados, que buscarán sacar partido del totum revolutum, en su propio beneficio sin importarles el perjuicio que puedan causar a los demás, pretendiendo convencer de que son los únicos que tienen la receta contra todos los males, la poción mágica, las “goticas milagrosas”. Pero de esos hablaremos otro día.

Publicado el 31 de enero de 2021 en La Vanguardia.

¿Y en el 2021 qué?

Foto: KIKE TABERNER

Foto: KIKE TABERNER

Los habituales propósitos de Año Nuevo, están actualmente bajo mínimos. 2021 ha comenzado sin rebajar la tensión: la pandemia no remite, cerca de tres millones novecientos mil desempleados, sin contar los casi 750.000 afectados por los ERTE, nos colapsa la borrasca Filomena, se produce un terremoto de magnitud 3,5 en Tous, se estrella un avión en Indonesia con 62 pasajeros, el Congreso de EE.UU. ha sido asaltado… Ya pronosticaba Alan Turing que podemos saber poco del futuro, pero lo suficiente para darnos cuenta de que hay mucho que hacer. Tanto, que muchos memes de las redes sociales declaran su añoranza por el nefasto 2020.

Lo cierto es que todo tiempo tiene sus dificultades, y en medio de ellas, cada individuo trata de buscarse la vida, con distinto resultado en función de la combinación disponible de actitud y recursos. A este respecto, el sociólogo Pierre Bourdieu, consideraba que todos disponemos de tres tipos de capital que ponemos en juego compitiendo en el campo de la vida, y que tratamos incrementar: el económico, el cultural y el social.

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El económico se refiere al dinero y bienes disponibles, y se puede concretar calculando el tiempo que podríamos mantener nuestro estilo de vida habitual si no tuviéramos nuevos ingresos. El capital cultural comprende nuestro conocimiento y habilidades, es decir, lo que sabemos y qué hacemos con lo que sabemos. Por último, el capital social implica evaluar la red de relaciones, tanto en cantidad como en calidad.

Este es especialmente relevante, por ejemplo, en la búsqueda de empleo. No en vano los expertos en selección apuntan que entre el 60% y el 80% los empleos disponibles que no se publicarán en ningún sitio, y que se cubrirán gracias a contactos con compañeros de estudio, antiguos compañeros de trabajo, de asociaciones, ONGs, etc. Además, Granovetter encontró una asociación entre el nivel de ingresos del puesto y el método de consecución del trabajo: cerca de la mitad de los que habían empleado contactos personales reportaron ingresos superiores en un tercio a los de empleos obtenidos por los canales formales.

Ahora bien, junto a estos tres tipos de capital pueden identificarse otros nuevos. Por ejemplo, es conocido  el capital emocional, imprescindible para gestionar nuestras propias emociones, así como las relaciones con los demás. Autocontrol, asertividad, empatía y resistencia a la frustración, serían algunas de sus características.

Y finalmente, hay un capital físico, o también llamado erótico, según Catherine Hakim. Se refiere a la belleza, el atractivo sexual, la vitalidad, el saber vestirse bien, el encanto, el don de gentes y la competencia sexual. Aspectos todos ellos que resultan atractivos para nuestros congéneres, hasta el punto de que pueden influir positivamente en nuestras posibilidades de éxito. Por ejemplo, un estudio de Michael Kortt y Andrew Leigh, evidenció una relación creciente y positiva entre la altura y el salario.

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Claro que no todos estamos dispuestos a hacer el esfuerzo de cuidar y desarrollar estos diferentes activos. Así, por ejemplo, en cuanto al capital físico o erótico es curioso constatar el dato aportado por el CIS del pasado diciembre: 1 de cada cuatro españoles reconoce que ha cambiado sus hábitos en cuanto a cuidados personales (aseo, vestirse, arreglarse...), y de estos, el 50% o no se arregla todos los días, o al menos pone menos esmero.

Al parecer, este comportamiento se enmarca dentro un contexto más amplio, pues ese mismo estudio del CIS indicaba que el 50,9% considera que la pandemia le está cambiando su forma de pensar entre bastante y mucho. Siendo los aspectos más relevantes de ese cambio la toma de conciencia de la fragilidad de la vida y de lo que realmente es importante, al tiempo que vive con más miedo e intranquilidad.

Ojo con esto, porque como afirmaba el personaje de Javier Cámara en el filme Vivir es fácil con los ojos cerrados: “la vida es como los perros; si te huelen el miedo te tiran a morder”. Por eso, ante cualquier crisis, parece más conveniente mantener un espíritu optimista, porque son los pensamientos y el lenguaje positivos los que permiten a nuestro cerebro encontrar la fortaleza y la perseverancia para seguir adelante, y tener la energía para aprovechar el contexto extrayendo las pocas oportunidades que parezcan existir; eso sí, con esfuerzo, y tras reevaluar nuestros recursos o capitales.  Víctor Hugo lo resumía así: “el futuro tiene muchos nombres, para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos, lo desconocido; para los valientes es la oportunidad”.

¡Buen 2021!

Publicado el 12 de enero de 2021 en Valencia Plaza.

Dime con quién andas…El círculo de confianza.

La muerte de Maradona, más allá de las muestras de sentimiento que ha suscitado, ha reavivado la polémica sobre la influencia que el círculo íntimo de confianza que le rodeaba en sus últimos años pudiera haber tenido sobre el extraordinario jugador.

Somos el promedio de las cinco personas más próximas

Baltasar Gracián dijo que “cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”. Incluso el viejo refrán “dime con quién andas y te diré quién eres” parece sugerir que podemos predecir nuestro futuro y el de los demás. Y, más recientemente, el orador motivacional Jim Rohn afirmó que cada uno de nosotros somos el promedio de las cinco personas con las que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Si esto fuera así, al menos deberíamos rodearnos de gente mejor que nosotros como método para subir la media.

La teoría de los seis grados de separación

En este sentido podríamos aprovechar que, como declaraba el personaje interpretado por Stockhard Channing, en el filme Seis grados de separación, “estamos unidos al resto del planeta por solo seis personas, pero hay que encontrar a las personas adecuadas”.

En efecto, según esta teoría cualquier ser humano puede estar conectado a cualquier otro congénere a través de no más de cinco personas interpuestas (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces). Esta suposición se basa en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, de modo que solo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en toda la población humana del planeta. Microsoft confirmó esta hipótesis utilizando su programa de mensajería Messenger.

Más allá de lo que podría ser una frase afortunada, la sentencia de Rohn está respaldada por estudios científicos que incluso extienden esa influencia a círculos más amplios. Así, Christakis y Fowler, realizaron una investigación con datos de 32 años, observando una correlación significativa entre la red de contactos y la obesidad. La posibilidad de que seamos obesos aumenta un 57% si tenemos un amigo o amiga obesos; en las parejas, la posibilidad se incrementa un 37%. Incluso, si un amigo de nuestro amigo fuera obeso, nuestra probabilidad de engordar aumentaría un 20%. ¿Y si fuera el amigo de un amigo de mi amigo? La posibilidad sería de un 10% más. Estas mismas tendencias se apreciaron respecto al tabaquismo o a la felicidad. La explicación clave es que nuestra percepción de lo que es aceptable se modifica cuando vemos los comportamientos de nuestro entorno.

El problema es que existe una tendencia a rodearnos de personas parecidas a nosotros, lo que se denomina reproducción homosocial. Los extrovertidos se llevan bien con los extrovertidos, y los introvertidos con los introvertidos. En ese sentido, la similitud parece el mejor predictor de que una relación será duradera. Salvo, entre las personalidades dominantes; en este caso lo que surge es el conflicto.

El síndrome de La Moncloa

Sabido es el riesgo que comporta reducir las relaciones a un mismo círculo, porque la pérdida de contacto con la realidad unida a un progresivo aislamiento –lo que en España se ha llamado “síndrome de La Moncloa”-, lleva a más de uno a hablar de sí mismo en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”, a mostrar una hipertrofia de su confianza en su propio juicio y a despreciar el consejo y la crítica ajenos. Según Lord David Owen, en el caso de los políticos estos llegan a ese punto atravesando cuatro etapas:

1. En la primera, se rodean de personas de confianza que le animan y elogian, hasta empezar a pensar que todos los éxitos son propios;

2.Después, el político se cree indispensable y comienza a tomar decisiones que persiguen perpetuarle en el cargo, quiere pasar a la historia y aparece la tentación de sofocar las críticas;

3.En la tercera fase, se vislumbra la paranoia, “quién no está conmigo, está contra mí” se dice a sí mismo;

4.Y finalmente, y tras cometer inevitablemente errores, acaban perdiendo las elecciones y sufren depresiones y estrés.

Claro que de esta evolución no estamos a salvo ninguno, aunque no seamos políticos. Todos conocemos a alguien que no escucha, ni reconoce sus errores. Pero, al menos, procuremos no ser nosotros uno de ellos, ni tenerlos en nuestro círculo de confianza.

Publicado el 29 de noviembre de 2020 en La Vanguardia.

David Owen. En el poder y en la enfermedad.

David Owen. En el poder y en la enfermedad.


Bon vent i barca nova!

Geoffrey Kondogbia. Foto: AFP7/EUROPA PRESS

Geoffrey Kondogbia. Foto: AFP7/EUROPA PRESS

Se ha resuelto finalmente el desenlace: Joe Biden será el nuevo presidente de los Estados Unidos, y Donald Trump deberá dejar la Casa Blanca, aunque no se le vea muy dispuesto a ello. Uno llega y otro se va. Este tráfico permite observar una situación crítica en la relación laboral de los profesionales: el momento de la despedida. Es lo que podríamos considerar uno de los “momentos de la verdad”, como lo es también el primer día. Es curioso observar en ocasiones la radical diferencia entre uno y otro momento. 

Por ejemplo, recientemente el Valencia CF ha traspasado al Atlético de Madrid a Kondogbia, y lo ha comunicado en Twitter con un escueto “Bon vent i barca nova!”, reservado a aquellos a los que es mejor perder de vista. Previamente el jugador había mostrado su interés por dejar el equipo y había acusado al presidente del club de destruir un proyecto ambicioso y de haberle engañado a él y al entrenador.

Nada que ver con los comienzos de la relación. En la presentación del nuevo fichaje, este suele manifestar que “siempre soñó con jugar en este equipo”. En el momento de la despedida,  en cambio, son menos los supuestos en los que los comentarios son corteses y de agradecimiento a la oportunidad disfrutada, y mucho más sonados los que conllevan declaraciones extemporáneas contra los dirigentes del que hasta hacía nada era “el club de su vida”. 

Todos estos ejemplos nos plantean la reflexión sobre si realmente vale la pena marcharse tarifando de la organización en la que se ha estado trabajando, y si tenía razón Sir Francis Bacon, filósofo y estadista británico, cuando afirmaba que “la discreción es una virtud, sin la cual dejan las otras de serlo”.

Donald Trump. Foto: CHRIS KLEPONIS/ZUMA PRESS

Donald Trump. Foto: CHRIS KLEPONIS/ZUMA PRESS

Esto merece un comentario especialmente en un mercado laboral tan deprimido como el español, en el que la búsqueda de un puesto de trabajo es complicada, incluso cuando no hay crisis. ¿Hasta qué punto puede influir en nuestro siguiente paso profesional el que hayamos criticado a nuestra empresa o a nuestros jefes y compañeros? Antes de decidir si “somos personas que pueden construir su felicidad sobre la desgracia de otras”, como preguntaba Pierce Brosnan en el filme El juego del matrimonio, repasemos algunos puntos a considerar:

  • Como profesionales, la reputación es un sumatorio de capacidades personales y de las de la organización en las que las desenvolvemos. Sin duda estaremos mejor valorados si nuestra experiencia transcurre en una empresa de reconocido prestigio, que si ha tenido lugar en otra de la que se tiene duda. Y esa reputación de la organización y del profesional interaccionan de forma constante en ambas direcciones: buenos profesionales hacen buenas empresas y buenos equipos, y al contrario.

  • Como seres humanos somos sociales por naturaleza, y por tanto la capacidad para generar entornos relacionales satisfactorios es una competencia clave en cualquier organización. Sin duda que criticar a los demás y responsabilizarles de la situación es una opción, si bien el punto débil es que es la versión de una sola de las partes, que despertará la curiosidad de la nueva empresa para contrastar su veracidad, y esto no es tan complicado hoy día. Cada vez más son las compañías que rastrean en redes sociales el perfil de los candidatos. Valoremos por tanto si superaremos airosamente el “efecto boomerang”, porque tan solo estamos a seis grados de separación de cualquier otro congénere.

¿Debemos entonces resignarnos a no divulgar nuestra opinión? Quizá podamos pensar que en algunos de los ejemplos mencionados podían permitírselo, porque al fin y al cabo ya tenían solucionado su siguiente paso profesional, y en ocasiones implicando una sustancial mejora. En otros casos, podemos creer que tiene sentido hablar cuando ya no hay nada que perder… si es que eso es posible. Porque la verdad es que la historia nos muestra que nuestra vida es un constante volver a empezar, ¡hasta Messi se retractó y desistió de dejar el Barça! Por ello, la táctica de tierra quemada puede no ser la más idónea, pues “lo que define a las personas son sus actos, no sus recuerdos”, como le decía Cuato a Arnold Schwarzenegger en el filme Desafío Total

El republicano George H.W. Bush (padre), tras su derrota electoral escribió a Bill Clinton una cortés y amable carta en la que, entre otras cosas, le decía: “Te deseo lo mejor. Le deseo lo mejor a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito de nuestro país”. No parece que Trump vaya a hacer algo semejante, pero al menos es un buen ejemplo para reflexionar si, cuando se nos plantea una situación semejante a las comentadas, y en el caso de no poder contenernos, por lo menos debemos asegurarnos de que al hablar nuestras palabras sean mejores que el silencio, porque en muchas ocasiones valemos más por lo que callamos que por lo que contamos.

Publicado el 12 de noviembre del 2020 en Valencia Plaza.

Cerrado por “raraciones”

“La semana que viene no puede haber crisis. Tengo mi agenda llena” escribió Kissinger. Llega agosto, y las vacaciones para la mayoría. Últimamente, la alegría de disfrutar del tiempo libre parece empañarse con la pandemia que nos persigue. Los sentimientos de alivio y esperanza que empezamos a sentir con el inicio del verano y el levantamiento del confinamiento, se están enturbiando con los continuos rebrotes de Covid-19. Podríamos decir que van a ser  unas vacacaciones raras, unas “raraciones”.

La preocupación por la situación laboral y económica se acrecienta. El paisaje de persianas cerradas evidencia las consecuencias que está teniendo especialmente en nuestro país, donde la  caída del PIB es mucho mayor que entre nuestros socios europeos; y no es que a ellos les vaya mucho mejor. Y así, no es fácil disfrutar plenamente de nuestro tiempo de asueto.

Covey recuerda que tenemos la iniciativa y responsabilidad de hacer que las cosas sucedan, que nuestra conducta es consecuencia de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones. Distingue así nuestro círculo de preocupación, de nuestro círculo de influencia.

San Francisco de Asís los habría identificado mucho tiempo antes en su conocida plegaria: “concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia”.

El círculo de preocupación y el círculo de influencia

En efecto, el círculo de preocupación es más amplio dado que incluimos problemas sobre los que no tenemos ningún control real; en esta zona la impotencia es la emoción predominante, y sus habitantes viven en la reactividad. Fían su futuro a que otros encuentren la vacuna para sus males.

Recuerdo aquí los datos de una encuesta del CIS de septiembre de 2011, en plena gran crisis financiera mundial, según la cual el 67,1% de los españoles entendía que es el Estado el que debe ser responsable del bienestar de todos los ciudadanos, con obligación de ayudarles a solucionar sus problemas. El 21,3% restante opinaba que el Estado solo debía ser responsable del bienestar de los más desfavorecidos.

En cambio, solo el 7,9% de los españoles consideraba que los ciudadanos deben ser los responsables de su propio bienestar, y tienen la obligación de valerse por sí mismos para resolver sus problemas.

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En el modelo de Covey, este último grupo sería que el que intentaría ampliar el círculo de influencia, pues en este se concentran las preocupaciones sobre las que podemos actuar. Los habitantes de esta zona son proactivos y perseverantes. Y mientras desean que el contexto evolucione favorablemente, apuestan por dotarse de sus propios equipos de protección individual (EPIs) emocionales y físicos, utilizándolos convenientemente.

Algo así debió pensar Evelyn Ryan, casada con un marido alcohólico, y madre de diez hijos, que en el Ohio de los años cincuenta, decidió aprovechar sus innatas habilidades como escritora para ganar concursos publicitarios de radio y televisión, y obtener unos ingresos clave para la subsistencia de su familia. Si quiere conocer los detalles revise su historia, encarnada por Julianne Moore, en el filme La ganadora.

Personalidad y responsabilidad

En los últimos tiempos oímos frecuentes apelaciones a la responsabilidad individual como medio de controlar la expansión del Covid 19, sin que de momento parezca que surtan efecto. El psiquiatra Enrique Rojas introdujo entre la tipología de personalidades, una que él considera característica de la vida actual: la personalidad inmadura. Se define por su baja tolerancia a la frustración, su tendencia a refugiarse en un mundo alejado de la verdadera realidad, sin un proyecto de vida, y con escasa constancia y motivación.

En cualquier caso, aunque parezca casi imposible, siempre estamos a tiempo de aprender y de cambiar. La frase “es mi carácter, soy así y no puedo cambiar”, no deja de ser una creencia limitante incierta. Nuestra personalidad no es algo estático, sino que está abierta a las nuevas experiencias y en continuo desarrollo sobre una base, eso sí, relativamente estable.

Como le contaba Brad Pitt a su hija, en el filme El curioso caso de Benjamín Button: “nunca es demasiado tarde, o demasiado pronto, para ser quien quieras ser. No hay límite en el tiempo, empieza cuando quieras. Puedes cambiar, o no hacerlo, no hay normas al respecto. De todo podemos sacar una lectura negativa o positiva, espero que tú saques la positiva… Espero que vivas una vida de la que te sientas orgullosa, y si ves que no es así, espero que tengas la fortaleza para empezar de nuevo”. ¡Buenas “raraciones”!

Publicado el 1 de agosto del 2020 en La Vanguardia

¿Eres inmune a la imprudencia?

FOTO:  KIKE TABERNER

FOTO: KIKE TABERNER

"¿Te imaginas lo que sería no volver a ver a tu padre? ¿Te imaginas que por hacerte un selfie con un colega tu madre sufriera un ictus? ¿Te imaginas cómo te sentirías si alguien cercano enfermara de verdad?". Así finalizaba la carta que Eva Arriba, de 20 años, publicaba en su cuenta de Instagram, explicando cómo ella, sus padres, y su hermana habían sufrido el contagio por covid-19.

Las noticias nos indican que entre el 60 y el 70 por ciento de los positivos de los brotes de covid-19 activos en España son jóvenes y asintomáticos. Y son muchos los que critican la imprudencia de sus conciudadanos.

El problema es que a las personas nos cuesta otorgar al futuro el mismo nivel de realidad que al presente. Por eso los jóvenes empiezan a fumar aun cuando saben del riesgo futuro que esto supone, o por eso seguimos consumiendo combustibles fósiles primando más nuestra movilidad que sus consecuencias para el clima. A esta desconexión entre las recompensas del presente y las amenazas del peligro futuro es a lo que se denomina "paradoja de Giddens", pues fue el sociólogo británico de igual nombre el que la enunció, refiriéndose especialmente a los peligros del calentamiento global. Según este autor, mientras los peligros no son tangibles, inmediatos o visibles en la vida cotidiana, la mayoría de la gente no hará nada.

Además, en el caso de los jóvenes, según la psicóloga Silvia Álava, perciben un menor riesgo frente a la pandemia porque su lóbulo frontal, que evalúa el peligro, no termina de madurar hasta los 25 años. A ello se añade que son mucho más sensibles a la presión grupal; de modo que cuando van solos son tan cautos como un adulto, pero en grupo adoptan muchas más conductas de riesgo. Claro que, a la vista de las imágenes de reuniones y concentraciones sin ninguna precaución para "celebrar", entre otras cosas, las fiestas suspendidas, o del desprecio que hacia las medidas preventivas muestran algunos líderes políticos, es evidente que este tipo de comportamientos no son exclusivos de un determinado tramo de edad.

Y es que nuestra supuesta racionalidad tiene los pies de barro. En esta línea, Kahneman descubrió que tendemos a sobrevalorar las probabilidades de que suceda algo poco probable (por ejemplo, un accidente aéreo), y, sin embargo, subestimamos las probabilidades de que ocurra lo más probable (por ejemplo, un accidente de tráfico o que te contagies por covid-19).

Sabemos lo que hay que hacer, pero no lo hacemos. Es una pugna interna constante pero de resultado incierto. En la película Las tres caras de Eva, se narra la historia real de Eva White, un ejemplo paradigmático de trastorno de identidad disociativo (antes llamado trastorno de personalidad múltiple). En la paciente convivían dos Evas: Eva White, educada, sumisa, y bastante remilgada, y Eva Black, su antítesis, rencorosa, provocativa y perversa. Esta última despreciaba a la primera. Los doctores Thigpen y Cleckley que fueron los que trataron a Eva en la realidad, consiguieron resolver esta dualidad, merced a la aparición de una tercera personalidad –Jane–, que parecía combinar las facetas positivas de las dos Evas, y a las que acabó integrando sin sus debilidades. Por cierto que Joanne Woodward recibió el Óscar por su interpretación en este filme encarnando a las tres personalidades.

Nadie duda que la emoción juega un papel crítico en la toma de decisiones, y recientes estudios indican además que existe una poderosa relación entre cerebro e intestino, que influye en nuestras decisiones, hasta el punto de hablarse del intestino como un segundo cerebro, con tantos millones de neuronas como el cerebro de un gato. La escritora Suzie Welch propone un método para buscar ese equilibrio, si lo hay, entre razón y emoción: la regla 10-10-10. Consiste en responder a tres preguntas, en este orden: ¿cuáles serán las consecuencias de mi decisión dentro de 10 minutos?, ¿y dentro de 10 meses?, ¿y en 10 años? De este modo, se combinan los intereses y sentimientos más inmediatos y demandantes con las prioridades más profundas y relevantes, que de esta forma pueden salir a la superficie y así contrastar la coherencia de unos y otras. ¿Se atreve?

Publicado el 16 de julio del 2020 en Valencia Plaza

Este experimento, ¿servirá para algo?

Imagen de la película 'Week-end", de Jean-Luc Godard, basada en la obra 'La autopista del sur', de Julio Cortázar

Imagen de la película 'Week-end", de Jean-Luc Godard, basada en la obra 'La autopista del sur', de Julio Cortázar

"…No era posible que eso hubiera terminado para siempre (…) y que ya no se supiera bien por qué tanto apuro (…) el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante". Así concluye el relato corto La autopista del sur. En él, Julio Cortázar nos describe un enorme embotellamiento de coches que dura varios días, durante el cual, y ante la imposibilidad de moverse, se generan nuevos hábitos y relaciones. Hasta que por fin, de nuevo los coches se ponen en marcha y se recupera la normalidad, olvidando lo que había pasado.

¿Va a suceder lo mismo en esta ocasión? ¿Aprenderemos algo de esta crisis? Y si así fuera, ¿lo pondremos en práctica? La pandemia de la covid-19 ha propiciado que estemos viviendo el "experimento imposible". Parar casi todo el mundo durante casi 3 meses. Una situación que solo los autores de ciencia ficción habían podido imaginar.

En cierto modo, esta pandemia ha venido a convertirse en el ejemplo cumbre del mundo VUCA del que hace tiempo que se habla. Y está poniendo a prueba las capacidades de la sociedad en su conjunto y de cada uno de nosotros en particular. Capacidad para anticiparse, capacidad para comprender las consecuencias de las acciones que se adoptan, capacidad para apreciar la concatenación entre los diferentes factores que concurren, así como para estar preparados para nuevos desafíos, y para interpretar las oportunidades.

Sabemos que se está trabajando en la vacuna contra la covid-19 y sus efectos para la salud. Pero quizá deberíamos investigar también antídotos complementarios que nos prepararan para otros efectos que van más allá de los directamente fisiológicos, porque aunque muchos quisieran volver a lo de antes, lo de antes ya no existe, ni existirá. Esta es la combinación que sugiero:

-Para la volatilidad: "planificol", para planificar, anticipar y prevenir los problemas. "Un plan no es nada, pero la planificación lo es todo", advirtió Eisenhower. Los cambios se preparan antes. Por ello necesitamos aumentar nuestra capacidad para imaginar situaciones alternativas y sus consecuencias, porque si algo está demostrando esta crisis es que también puede pasar "lo imposible".

-Para la incertidumbre: "sorpresín", que nos de flexibilidad para adaptarnos a los cambios y a los retos. Ya advertía Darwin que la especie que sobrevive no es la más fuerte, ni la más inteligente, sino la que es más adaptable al cambio. Por eso a los elefantes les cuesta mucho adaptarse, mientras que las cucarachas sobreviven a todo. Y es que hay quien se prepara para el cambio, mientras que otros se preparan para resistir al cambio, o como diría Morgan Freeman en Como Dios, son los que hacen "lo de siempre, miran hacia el cielo y no hacen nada".

-Para la complejidad: "evaluacor", para apreciar la interrelación entre las variables que nos afectan y entender los efectos de nuestras acciones. Porque en la vida no hay, así como así, premios ni castigos, sino consecuencias. Un ejemplo: en 1888 se botó el submarino de Isaac Peral, la primera nave propulsada eléctricamente y que, además, incorporaba un torpedero bajo el mar. Este revolucionario avance en la navegación militar fue finalmente desechado por el Ministerio de Marina siguiendo la recomendación de los técnicos de la Armada. Diez años después, consumada la pérdida de las colonias, Dewey, el almirante estadounidense que tomó las Filipinas, manifestó: "Con un submarino como el suyo no hubiéramos podido entrar en Cavite".

-Para la ambigüedad: "empatizín", que nos permita comprender una situación y la contraria, y nos proteja de creer que todo es "blanco o negro", al tiempo que seamos capaces de identificar y aprovechar las oportunidades cuando se presenten. No olvidemos que a la diosa Ocasión se la representa apenas apoyada sobre la punta del pie para indicar que no se fija en ninguna parte, con alas en los tobillos para mostrar que está dispuesta a volar con facilidad, y que la pintan con cabellera solo en la frente, y no en la parte posterior de la cabeza, de modo que nadie que la haya dejado pasar podrá luego cogerla.

Esta crisis nos ha hecho descubrir que lo que parecía imposible no lo era tanto. Por ejemplo, se ha comprobado que se puede teletrabajar sin que la productividad se resienta y sin que merme la confianza que debe tenerse en los profesionales de las organizaciones. Y también hemos tomado conciencia de que la valoración de los puestos merece ser reconsiderada a la luz de cuáles han sido los verdaderamente esenciales durante la crisis. No lo desaprovechemos del todo. Porque es cierto que seguramente aprenderemos algo, pero también lo es que no todos, ni en la misma cantidad, y que serán bastante menos los que realmente lo pongan en práctica. De estos será el futuro.

Publicado el 12 de junio del 2020 en Valencia Plaza