España 2050: largo me lo fiais...

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Pedro Sánchez presentó el informe “España 2050: Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo”, transmitiendo la idea de que gobernar es planificar el futuro. Predecir el porvenir es una aspiración eterna y muy interesante, pero también es especialmente complicada. Hasta el punto que parece de ciencia ficción. Como la que proponía Asimov en La Fundación. Allí, un matemático, Hari Seldon, desarrolla un modelo predictivo que le permite descubrir algo terrible: el Gran Imperio Galáctico se dirige hacia la destrucción, y tras ella vendrán 30.000 años de caos y dolor, hasta recuperar una nueva era de prosperidad. Dado que las consecuencias de comunicar este hallazgo podrían ser peores que las previstas, Seldon idea un plan secreto para minimizar ese periodo de destrucción (las fundaciones).

Por el bien de todos, esperemos que el plan presentado por Sánchez no tenga una trastienda como la sugerida por Asimov. Creamos más bien que a nuestro presidente le inspira la línea resumida por el psicólogo estadounidense William James, quien afirmaba que "el pesimismo conduce a la debilidad; el optimismo al poder". 

Así, Pedro Sánchez declara en su prólogo al citado informe, que “España es un país con hambre de futuro”. Quizá su “superasesor” Iván Redondo haya buceado en las teorías del psicólogo Martin Seligman, desarrollador del concepto de psicología positiva. Según este autor, se constata la relación directa entre optimismo y política, y, tras estudiar numerosos procesos electorales a la presidencia de Estados Unidos, concluye que los candidatos de estilo más sombrío tienden a ser más pasivos, que los votantes prefieren al candidato más optimista (o en nuestros tiempos, al menos deprimido), y que cuanto más pesimista sea el candidato menor es la esperanza que despierta en el votante.

De hecho, el epílogo de ese mismo informe lleva por título “Redescubrir el optimismo”, alertando de una ola de pesimismo que se está apoderando de la población europea y española, que consideran mayoritariamente que las generaciones futuras no vivirán mejor que sus padres (más del 55% de los encuestados). En este sentido es conveniente tomar conciencia de que según la OMS el 6,7% de la población española está afectada por la ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión, y obviamente esto no ha mejorado durante el confinamiento.

Y para superar esta tendencia el propio informe señala como primer y necesario ingrediente, confianza en el progreso. Si seguimos los postulados de la terapia cognitiva de Beck y otros, la depresión es el resultado de nuestros hábitos de pensamiento consciente, de modo que si cambiamos cómo pensamos acerca del fracaso, la derrota, la pérdida o el desamparo, estaremos en el principio de la solución.

Ya a final de 2020 Sánchez trabajó la misma veta, al introducir el concepto de resiliencia al presentar el plan para la gestión de los fondos de recuperación europeos en los próximos años (“Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía española”). No en vano, el neurólogo Cyrulnik, autor de Resiliencia, demostró que el cerebro es maleable y se recupera si se le permite. Las resonancias magnéticas evidencian que el cerebro de un niño traumatizado recupera la normalidad fisiológica antes de un año si se le da el cariño y apoyo necesarios. Es decir, que nuestra historia no determina nuestro destino.

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No se trata de desmerecer el ser optimista. Serlo no es malo en absoluto, siempre que se sea consciente de ese sesgo, porque como afirmaba Mark Wahlberg en Marea Negra: “la esperanza no es una táctica”. De hecho, los optimistas no se rinden con la misma facilidad que los pesimistas y se autoafirman incluso en situaciones en las que el resultado no les es favorable. Ahora bien, curiosa coincidencia que la presentación del estudio España 2050 la realice alguien en quien el 70,6% de los españoles manifiesta tener poca o ninguna confianza, según el Barómetro del CIS de mayo.

“La experiencia de nuestros tiempos demuestra que los gobernantes que han hecho grandes cosas son los que han dado poca importancia a su palabra y han sabido embaucar la mente de los hombres con astucia, y al final han superado a los que han actuado con lealtad”. Tan actual ahora como cuando lo escribió Maquiavelo hace quinientos años.  Y es que como advertía Quevedo "nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir".

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Estos jefes están locos...

A principios de este año una docena de congresistas estadounidenses consultaron a una psiquiatra experta en violencia, la Dra. Bandy X. Lee de la Universidad de Yale, sobre la capacidad de Donald Trump para desempeñar su cargo de presidente. Previamente dicha doctora había publicado un libro titulado: The Dangerous Case of Donald Trump: 27 Psychiatrists and Mental Health Experts Assess a President (El peligroso caso de Donald Trump: 27 psiquiatras y expertos en salud mental evalúan a un presidente). Lo cierto es que las dudas sobre la salud de los jefes de estado y de gobierno es, por otra parte, recurrente desde los inicios de la humanidad; quién no recuerda los episodios delirantes de Calígula o Ricardo III. Y más recientemente, el neurólogo David Owen repasó las enfermedades de los dirigentes de los últimos cien años, en su obra En el poder y en la enfermedad. Y es que la actualidad nos proporciona cotidianamente supuestos que nos hacen vacilar sobre la capacitación de nuestros dirigentes.

 

Claro que como advertía el sociólogo Erving Goffman “cuando un acto que más tarde será percibido como síntoma de una enfermedad mental es realizado por el individuo que posteriormente será considerado como un enfermo mental, tal acto no es interpretado como el síntoma de una enfermedad; antes bien es considerado como una desviación de las normas sociales, es decir, una contravención de las reglas y expectativas sociales”. Así Russell Crowe, en su papel de alcalde de Nueva York, le espetaba a Mark Wahlberg en el filme La trama: “Nosotros infringimos porque podemos; infringimos porque nos gusta”.

O sea, que de partida no se aprecia la enfermedad, sino tan solo una infracción de la regla; o en otras palabras, hay más personas con patologías de la personalidad, que pacientes diagnosticados. Pero, en cualquier caso, tampoco olvidemos que los políticos salen de entre nosotros, y por tanto hay que admitir que las deficiencias en la salud mental no se restringen al ámbito del gobierno, sino que convivimos con ellas en todo momento y lugar, incluido nuestro trabajo.

Y a este respecto, Stanley Bing resume en cinco los síntomas del “jefe loco”:

1.       Cierta rigidez de carácter, que le impide admitir que las cosas no son siempre como a uno le gustaría

2.       Claros síntomas de inadaptación que se compensan con la necesidad de agrandarse y exhibirse en todos los aspectos

3.       Problemas de reafirmación personal, que le dificultan a veces decir que no, o incluso hacer planes, generando una sensación de deriva.

4.       Necesidad de perfección, que le lleva a desconfiar de las capacidad de los demás para llevar a cabo lo que necesita

5.       Episodios de furia incontrolada, y no solo cuando las cosas no van según esperaba

Síntomas todos ellos que, según el mencionado autor, son expresión del pentaedro que configura el cerebro del “jefe loco” y que alberga al menos cinco nodos en combinación más o menos predominante:

1.       El nodo abusón: ligado a la ira como emoción prevalente, busca generar la percepción de miedo perpetuo entre los colaboradores, reduciendo al mínimo indispensable la comunicación y equiparando resistencia a traición y deslealtad.

2.       El paranoico: su emoción dominante es el miedo. Es extremadamente desconfiado, y carece de empatía. No admite que le contradigan.

3.       El narcisista, padece la emoción del momento. Temerario ante el peligro, y con bajo nivel de concentración, entiende su generosidad como justificación utilitarista de su egocentrismo.

4.       El pusilánime, vive con ansiedad su íntimo sentimiento de que no está a la altura, y trata de refugiarse en la burocracia, el micromanagement, las comisiones y las modas.

5.       El adrenalínico, que gusta del vértigo que supone acercarse al abismo. Nunca nada es suficiente, apenas escucha y es capaz de generar los fuegos por la simple excitación de apagarlos.

Quizá usted ya haya hecho un rápido repaso de los síntomas y los haya identificado con algunos jefes con los que ha coincidido. Como se suele decir, el principio del conocimiento reside en tomar conciencia de lo que no se sabe; y tal vez ahora esté en mejor disposición para gestionar la situación, porque es bastante probable que más pronto o más tarde tenga que hacerle frente. Al fin y al cabo, en este asunto podemos identificar resumidamente dos posturas: los que dicen que el mundo es un lugar más o menos normal, pero dominado por personajes trastornados, y los que defienden que el mundo está loco, y que por tanto, también hay que estar loco para dirigirlo. ¿Cuál es su punto de vista?

Publicado en La Vanguardia.com el 06.05.2018