¿Por qué no hacemos lo que debemos hacer?

Las fiestas ilegales continúan inasequibles al desaliento, a las multas, al contexto de contagios y fallecimientos por la pandemia. Se discute sobre la pertinencia o no de concentraciones con motivo del 8M o por cualquier otro motivo. Los negacionistas siguen teniendo altavoces con personajes conocidos como Victoria Abril. Las protestas contra la condena del rapero Hasel reúnen a grupos que cuestionan la aplicación de la legalidad vigente; y así siguiendo.

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Lo cierto es que en cualquier ámbito, y desde siempre, son múltiples y variadas las situaciones que ejemplifican comportamientos en los que las personas no hacen los que se supone que deben hacer. ¿Y eso por qué?

El psiquiatra Enrique Rojas, en su libro El hombre light, apuntaba que nos encontramos ante la socialización de la inmadurez, definida por tres ingredientes: desorientación (no saber a qué atenerse, carecer de criterios firmes, flotar sin brújula, ir poco a poco a la deriva), inversión de los valores (como una nueva fórmula de vida, con esquemas descomprometidos) y un gran vacío espiritual pero que no comporta ni tragedia ni apocalipsis.

Aficionados del At. Madrid recibiendo a su equipo antes del derbi con el Real Madrid

En esta línea, según el sociólogo Furedi, un síntoma de la infantilización de la cultura  es que hay un número creciente de adultos que ven películas infantiles en el cine, hasta el punto de que el 25% de los espectadores de los canales de televisión dirigidos a menores en Estados Unidos, son adultos en lugar de niños. De hecho en 2019, en España, de las 10 películas con más espectadores en el cine, cinco fueron de animación Disney, y otras cuatro fueron adaptaciones de cómics.

Se prolongan así en el tiempo conductas y trastornos que aparecen en mayor o menor medida en la edad infantil y adolescente, y que a veces no son detectados ni gestionados a tiempo. Por ejemplo, la conducta negativista y desafiante, que lleva a discutir órdenes de las figuras de la autoridad, de manera recurrente y persistente, poniendo a prueba una y otra vez los límites establecidos y mostrando rencor y hostilidad hacia compañeros/as o adultos. O la conducta dominante exigente y egocéntrica, que evidencia poca sensibilidad emocional, un comportamiento agresivo y desafiante (verbal o físico), poca culpabilidad y ausencia de apego hacia los demás.

En definitiva, muestras de desobediencia que han convertido los berrinches y rabietas infantiles en conductas disruptivas, y continuo rechazo de las órdenes. Seguramente, si aplicáramos a los adultos las herramientas de detección de tales trastornos que se emplean en los colegios, nos llevaríamos muchas sorpresas. Si se atreve, pruebe a consultar http://educaryaprender.es/

Por otra parte, en el ámbito laboral, Ferdinand F. Fournier resumió hace algunos años las posibles razones por las que los empleados no hacen lo que se supone que deben hacer. Razones que ciertamente son extrapolables a otros entornos:

1.       La gente no sabe por qué debe hacerlo. En consecuencia, no parece importarles.

2.       No saben cómo hacerlo.

3.       No saben qué es lo que se supone que deben hacer.

4.       Piensan que los métodos propuestos no darán resultados.

5.       Piensan que los métodos de ellos son mejores.

6.       Piensan que hay algo más importante. En consecuencia, sus prioridades no coinciden con las de los demás.

7.       Entienden que para ellos no hay una consecuencia positiva de actuar de ese modo.

8.       Piensan que ya lo están haciendo.

9.       Reciben una recompensa por no hacerlo.

10.   Reciben un castigo por hacer lo que se supone que deben hacer

11.   Anticipan una consecuencia negativa por hacerlo

12.   No hay ninguna consecuencia negativa  por no hacer lo que se espera. Y se tolera.

13.   Los obstáculos que les impiden cumplir están fuera de su control

14.   Limitaciones personales dificultan el cumplimiento

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El repaso de las mismas nos sugiere las acciones que deberían acometerse para subsanar esa discrepancia en cada caso, las cuáles giran en su mayoría en torno a una persistente y continuada comunicación y formación, combinada con un equilibrio real y efectivo entre recompensas y castigos, porque lo que es evidente es que para convencer no basta con pedirlo. Y es que, como recordaba Helen Mirren en el filme Anna, “ni siquiera basta con ser inteligente para actuar con inteligencia”.

Publicado en La Vanguardia, 8 de marzo de 2021