Dime con quién andas…El círculo de confianza.

La muerte de Maradona, más allá de las muestras de sentimiento que ha suscitado, ha reavivado la polémica sobre la influencia que el círculo íntimo de confianza que le rodeaba en sus últimos años pudiera haber tenido sobre el extraordinario jugador.

Somos el promedio de las cinco personas más próximas

Baltasar Gracián dijo que “cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”. Incluso el viejo refrán “dime con quién andas y te diré quién eres” parece sugerir que podemos predecir nuestro futuro y el de los demás. Y, más recientemente, el orador motivacional Jim Rohn afirmó que cada uno de nosotros somos el promedio de las cinco personas con las que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Si esto fuera así, al menos deberíamos rodearnos de gente mejor que nosotros como método para subir la media.

La teoría de los seis grados de separación

En este sentido podríamos aprovechar que, como declaraba el personaje interpretado por Stockhard Channing, en el filme Seis grados de separación, “estamos unidos al resto del planeta por solo seis personas, pero hay que encontrar a las personas adecuadas”.

En efecto, según esta teoría cualquier ser humano puede estar conectado a cualquier otro congénere a través de no más de cinco personas interpuestas (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces). Esta suposición se basa en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, de modo que solo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en toda la población humana del planeta. Microsoft confirmó esta hipótesis utilizando su programa de mensajería Messenger.

Más allá de lo que podría ser una frase afortunada, la sentencia de Rohn está respaldada por estudios científicos que incluso extienden esa influencia a círculos más amplios. Así, Christakis y Fowler, realizaron una investigación con datos de 32 años, observando una correlación significativa entre la red de contactos y la obesidad. La posibilidad de que seamos obesos aumenta un 57% si tenemos un amigo o amiga obesos; en las parejas, la posibilidad se incrementa un 37%. Incluso, si un amigo de nuestro amigo fuera obeso, nuestra probabilidad de engordar aumentaría un 20%. ¿Y si fuera el amigo de un amigo de mi amigo? La posibilidad sería de un 10% más. Estas mismas tendencias se apreciaron respecto al tabaquismo o a la felicidad. La explicación clave es que nuestra percepción de lo que es aceptable se modifica cuando vemos los comportamientos de nuestro entorno.

El problema es que existe una tendencia a rodearnos de personas parecidas a nosotros, lo que se denomina reproducción homosocial. Los extrovertidos se llevan bien con los extrovertidos, y los introvertidos con los introvertidos. En ese sentido, la similitud parece el mejor predictor de que una relación será duradera. Salvo, entre las personalidades dominantes; en este caso lo que surge es el conflicto.

El síndrome de La Moncloa

Sabido es el riesgo que comporta reducir las relaciones a un mismo círculo, porque la pérdida de contacto con la realidad unida a un progresivo aislamiento –lo que en España se ha llamado “síndrome de La Moncloa”-, lleva a más de uno a hablar de sí mismo en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”, a mostrar una hipertrofia de su confianza en su propio juicio y a despreciar el consejo y la crítica ajenos. Según Lord David Owen, en el caso de los políticos estos llegan a ese punto atravesando cuatro etapas:

1. En la primera, se rodean de personas de confianza que le animan y elogian, hasta empezar a pensar que todos los éxitos son propios;

2.Después, el político se cree indispensable y comienza a tomar decisiones que persiguen perpetuarle en el cargo, quiere pasar a la historia y aparece la tentación de sofocar las críticas;

3.En la tercera fase, se vislumbra la paranoia, “quién no está conmigo, está contra mí” se dice a sí mismo;

4.Y finalmente, y tras cometer inevitablemente errores, acaban perdiendo las elecciones y sufren depresiones y estrés.

Claro que de esta evolución no estamos a salvo ninguno, aunque no seamos políticos. Todos conocemos a alguien que no escucha, ni reconoce sus errores. Pero, al menos, procuremos no ser nosotros uno de ellos, ni tenerlos en nuestro círculo de confianza.

Publicado el 29 de noviembre de 2020 en La Vanguardia.

David Owen. En el poder y en la enfermedad.

David Owen. En el poder y en la enfermedad.


Estos jefes están locos...

A principios de este año una docena de congresistas estadounidenses consultaron a una psiquiatra experta en violencia, la Dra. Bandy X. Lee de la Universidad de Yale, sobre la capacidad de Donald Trump para desempeñar su cargo de presidente. Previamente dicha doctora había publicado un libro titulado: The Dangerous Case of Donald Trump: 27 Psychiatrists and Mental Health Experts Assess a President (El peligroso caso de Donald Trump: 27 psiquiatras y expertos en salud mental evalúan a un presidente). Lo cierto es que las dudas sobre la salud de los jefes de estado y de gobierno es, por otra parte, recurrente desde los inicios de la humanidad; quién no recuerda los episodios delirantes de Calígula o Ricardo III. Y más recientemente, el neurólogo David Owen repasó las enfermedades de los dirigentes de los últimos cien años, en su obra En el poder y en la enfermedad. Y es que la actualidad nos proporciona cotidianamente supuestos que nos hacen vacilar sobre la capacitación de nuestros dirigentes.

 

Claro que como advertía el sociólogo Erving Goffman “cuando un acto que más tarde será percibido como síntoma de una enfermedad mental es realizado por el individuo que posteriormente será considerado como un enfermo mental, tal acto no es interpretado como el síntoma de una enfermedad; antes bien es considerado como una desviación de las normas sociales, es decir, una contravención de las reglas y expectativas sociales”. Así Russell Crowe, en su papel de alcalde de Nueva York, le espetaba a Mark Wahlberg en el filme La trama: “Nosotros infringimos porque podemos; infringimos porque nos gusta”.

O sea, que de partida no se aprecia la enfermedad, sino tan solo una infracción de la regla; o en otras palabras, hay más personas con patologías de la personalidad, que pacientes diagnosticados. Pero, en cualquier caso, tampoco olvidemos que los políticos salen de entre nosotros, y por tanto hay que admitir que las deficiencias en la salud mental no se restringen al ámbito del gobierno, sino que convivimos con ellas en todo momento y lugar, incluido nuestro trabajo.

Y a este respecto, Stanley Bing resume en cinco los síntomas del “jefe loco”:

1.       Cierta rigidez de carácter, que le impide admitir que las cosas no son siempre como a uno le gustaría

2.       Claros síntomas de inadaptación que se compensan con la necesidad de agrandarse y exhibirse en todos los aspectos

3.       Problemas de reafirmación personal, que le dificultan a veces decir que no, o incluso hacer planes, generando una sensación de deriva.

4.       Necesidad de perfección, que le lleva a desconfiar de las capacidad de los demás para llevar a cabo lo que necesita

5.       Episodios de furia incontrolada, y no solo cuando las cosas no van según esperaba

Síntomas todos ellos que, según el mencionado autor, son expresión del pentaedro que configura el cerebro del “jefe loco” y que alberga al menos cinco nodos en combinación más o menos predominante:

1.       El nodo abusón: ligado a la ira como emoción prevalente, busca generar la percepción de miedo perpetuo entre los colaboradores, reduciendo al mínimo indispensable la comunicación y equiparando resistencia a traición y deslealtad.

2.       El paranoico: su emoción dominante es el miedo. Es extremadamente desconfiado, y carece de empatía. No admite que le contradigan.

3.       El narcisista, padece la emoción del momento. Temerario ante el peligro, y con bajo nivel de concentración, entiende su generosidad como justificación utilitarista de su egocentrismo.

4.       El pusilánime, vive con ansiedad su íntimo sentimiento de que no está a la altura, y trata de refugiarse en la burocracia, el micromanagement, las comisiones y las modas.

5.       El adrenalínico, que gusta del vértigo que supone acercarse al abismo. Nunca nada es suficiente, apenas escucha y es capaz de generar los fuegos por la simple excitación de apagarlos.

Quizá usted ya haya hecho un rápido repaso de los síntomas y los haya identificado con algunos jefes con los que ha coincidido. Como se suele decir, el principio del conocimiento reside en tomar conciencia de lo que no se sabe; y tal vez ahora esté en mejor disposición para gestionar la situación, porque es bastante probable que más pronto o más tarde tenga que hacerle frente. Al fin y al cabo, en este asunto podemos identificar resumidamente dos posturas: los que dicen que el mundo es un lugar más o menos normal, pero dominado por personajes trastornados, y los que defienden que el mundo está loco, y que por tanto, también hay que estar loco para dirigirlo. ¿Cuál es su punto de vista?

Publicado en La Vanguardia.com el 06.05.2018