¿Quieres ser poderoso? Las 3 claves del poder (2ª parte). Publicado en Levante EMV 25 nov 2012

En tercer lugar, hay que conocer el terreno de juego en que uno se desenvuelve, y adaptarse al mismo aprovechando las ventajas que nos ofrece y sorteando las dificultades que presenta. Observar los valores dominantes, descubrir el margen de actuación de que se dispone, y construir relaciones y alianzas serán las tácticas propias de esta fase. Solo entonces estaremos en disposición de influir con posibilidades de lograr el resultado deseado.

Volviendo al ranking de Forbes, comprobamos que los criterios valorados por la citada publicación para ponderar el nivel de poder son cuatro: población sobre la que tienen influencia (ciudadanos en el caso de los políticos, o empleados si se trata de un negocio), recursos económicos que controlan (producto interior bruto, ingresos por ventas…), variedad de áreas sobre la que ejercen su influencia (política, negocios, proyectos filantrópicos…), y cómo de activos son en la gestión y desarrollo de su poder (de modo que, por ejemplo, los meros herederos de grandes fortunas quedan descartados). En general, se tiende a considerar más poderosos a los más ricos, porque en definitiva el dinero permite obtener muchos de nuestros deseo materiales. Pero lo cierto es que también es posible ser poderoso sin ser el más rico, y ello explica que en la citada lista predominen los cargos políticos por delante de lo empresariales. Así el poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882) afirmaba que “los hombres, tal como son, se inclinan por naturaleza a ir en pos del dinero o del poder, y del poder porque vale tanto como el dinero”.

De todos modos, ¿cuánto poder necesitamos? En principio, solo el necesario para lograr nuestros objetivos; es decir, el límite lo marcamos cada uno de nosotros. Benjamin Franklin (1706-1790), estadista y científico estadounidense, aconsejaba no cambiar la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder. Y en ese sentido, como decía el personaje del rico solterón interpretado por Charles Coburn en el filme ¿Alguien ha visto a mi chica? (1952), “la felicidad de uno no la da el dinero, sino lo que uno hace con lo que tiene”.