El poder de la estupidez
/Combinar la inteligencia de distintas personas es más difícil que combinar la estupidez
“Desde el principio hemos tenido claro que el brexit es una situación en la que todos perdemos y que las negociaciones son sólo para controlar los daños”, manifestó el pasado 15 de noviembre Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, ante la proximidad del acuerdo de salida de la Unión Europea del Reino Unido. Lo cierto es que la historia de la humanidad hasta nuestros días está llena de episodios de estupidez en los que el conflicto ha supuesto una derrota en mayor o menor medida para todas las partes involucradas, y por tanto todos han perdido.
Así, apenas cuatro días antes de esas declaraciones de Tusk, se conmemoraba el centenario del final de la Primera Guerra Mundial en la que seis millones y medio de personas quedaron inválidas y más de nueve millones murieron, siendo la última víctima el soldado canadiense George Lawrence Price abatido por un francotirador alemán a las 10:58 horas del 11 de noviembre de 1918, apenas dos minutos antes de que se firmara el armisticio, y la guerra concluyera.
Decía Einstein: “Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana. En cuanto al universo, no estoy seguro”. Y parece difícil encontrar un ejemplo mayor de estupidez que cuando todos pierden.
Porque, siguiendo la definición del historiador Cipolla, una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Y así elaboraba el siguiente cuadrante para evaluar el nivel de estupidez humano.
El psicólogo Robert Sternberg es conocido por su modelo triárquico de la inteligencia. Según el mismo, la inteligencia es un conjunto de capacidades que se utilizan en la resolución de problemas, y que se agrupan en tres factores:
inteligencia analítica (con la que se trabaja la información disponible),
inteligencia práctica o contextual (con la que se desarrolla la adaptación al entorno),
inteligencia creativa o experiencial (con la que se aprende a partir de la experiencia).
Lo que le sorprende a este autor es la gran inversión destinada a investigar la inteligencia, pero que apenas se dedique nada a determinar por qué esa inteligencia se derrocha al realizar actos de evidente y sonrojante estupidez.
Claro que una de las dificultades que entraña la investigación de este concepto es que tampoco hay una definición cerrada de la estupidez. De hecho, no es extraño que los genios puedan ser considerados estúpidos por una mayoría asimismo estúpida. Y además, aunque es evidente que la estupidez existe y se manifiesta con gran frecuencia, tampoco es algo que se pueda predecir, porque, por ejemplo, quién podría imaginar que los magistrados de nuestro Tribunal Supremo no hubieran previsto unificar su criterio respecto a quien le correspondía pagar el impuesto de actos jurídicos documentados en la constitución de las hipotecas, antes de que una sentencia pusiera en entredicho la práctica consolidada desde hacía más de veinticinco años…
Y es que como indica el mencionado Cipolla: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. Es decir, la estupidez no respeta ni la edad, ni la formación, ni el origen, ni el estatus, ni la genética… ni nada. De hecho, como decía Glenn Close en el filme Siete Hermanas: “somos un absoluto fracaso como especie”. Por tanto, ninguno de nosotros está a salvo de cometer estupideces, y por eso nos recuerda de nuevo Cipolla que no debemos subestimar el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
Otra cosa es que la estupidez pueda ser más grave o de mayor impacto, en virtud de quién sea el autor. Es evidente que si la estupidez la comete Xi Jinping, Putin, Trump o Merkel, que ocupan el top 4 de los más poderosos del mundo según la revista Forbes, las consecuencias pueden ser desastrosas. Y es que aquí entra en juego una de las leyes de Parkinson: la “ingelitencia” (no es un error tipográfico). La ingelitencia se concreta en “el ascenso a los puestos de autoridad de personas que sienten celos del éxito ajeno a la par que se caracterizan por la incompetencia”, y puede calcularse mediante la fórmula C x I, donde la C son los celos, y la I la incompetencia.
Para concluir, Giancarlo Livraghi resume el problema de la estupidez en tres corolarios, para nuestra reflexión:
En cada uno de nosotros existe un factor de estupidez que siempre es mayor de lo que creemos
Cuando la estupidez de una persona se combina con la estupidez ajena, el impacto crece de forma geométrica; esto es, por la multiplicación, no por la adición, de los factores de estupidez individuales
Combinar la inteligencia de distintas personas es más difícil que combinar la estupidez.
Publicado en La Vanguardia el 2 de diciembre de 2018.