Nos-otros: antagonismos grupales

Viktor Orban, presidente de Hungría, sometió a referéndum las cuotas obligatorias de reubicación y reasentamiento de refugiados que aprobaron los veintiocho países miembros de la Unión Europea el pasado abril. Sin duda el tema de la migración está de plena actualidad desde hace un tiempo, y es sabido que fue uno de los argumento clave a favor del Brexit en el referéndum británico de junio. Y esto mismo parece detectarse en la encuesta cuyos resultados presentó el Europarlamento hace poco y que se realizó en abril entre 27.969 ciudadanos de la Unión Europea. Los participantes consideraron que la Unión Europea debía hacer más en materia de migración (74% de los encuestados), y en la protección de las fronteras exteriores (71%). Ahora bien, lo especialmente relevante es que el 75% consideraba que lo que nos une es más importante que lo que nos separa.

Este sentimiento parece refrendar nuestra evolución como seres humanos. Según José Luis Arsuaga, codirector de los yacimientos de Atapuerca, como especie hemos evolucionado hacia la convivencia y la tolerancia, y es evidente que somos capaces de cooperar con todo tipo de congéneres. De hecho la interconexión global en la que vivimos y la velocidad con que las tradiciones y las prácticas sociales están siendo desafiadas y transformadas en los últimos tiempos, hace que cada vez más, en palabras del filósofo Franz Fanon, “el otro ya no esté ahí afuera, sino junto a nosotros”. En esta línea el sociólogo Stuart Hall defendía que la identidad moderna ya no es fija y definida sin más por la clase, la raza o el género, sino que es un yo en autoconstrucción, con tendencias contradictorias que tiran en direcciones opuestas. Por eso, por ejemplo, el experto en relaciones internacionales Anderson propone una nueva definición de nación como una “comunidad política imaginada e inherentemente limitada y soberana”; es imaginada porque sus miembros, incluso en el caso de la nación más pequeña del mundo, jamás conocerán a la mayoría de sus compatriotas y sin embargo, en su mente “vive la imagen de su comunión”.

Con estos enfoques se supera la concepción tradicional del prusiano Herder, que pretendía identificar el espíritu del pueblo (Volksgeist) en torno al idioma, las costumbres, las tradiciones y el medio, y en virtud del cual cada nacionalidad contenía en sí misma el centro de su felicidad, “así como cada esfera tiene su centro de gravedad”. Claro que esas esferas tan definidas, tienen el riesgo de chocar y romperse, lo que por otra parte no es nada extraño en nuestra especie. Volviendo a Arsuaga, este declara que, no obstante lo dicho, entre los diferentes grupos de la especie humana existe una natural competencia por los recursos, que los grupos son por definición excluyentes y que en ese contexto la violencia entre ellos es fácilmente explotable por demagogos que buscan agravios y ofensas y que “están dispuestos a derramar por sus ideas hasta la última gota de tu sangre; no de la suya”. Su sorpresa no es tanto que esto pase, sino que siga funcionando…

Aunque la respuesta a esto la podemos encontrar en la genérica tendencia a la obediencia y a la conformidad social que como animales gregarios presentamos. El psicólogo Solomon Asch, comprobó que si los colaboradores que gestionaban un experimento de laboratorio daban como correcta una respuesta que evidentemente no lo era, se conseguía que 3 de cada 4 participantes se adhiriera a dicha equivocación. Conclusión: nuestro encaje en el grupo en el que nos encontramos nos mueve a aceptar, fingir e incluso convencernos de que compartimos las ideas mayoritarias, y ello incluso por encima de nuestros valores, porque si algo llega a ser normal en un grupo, la presión social garantizará la conformidad. Publicado en Valencia Plaza, 12 de julio, 2016