Cambiar o no: siempre estás a tiempo…(1ª parte. Publicado en Levante EMV, 3 febrero 2013)

“Es mi carácter, soy así  y no puedo cambiar”. Cuántas veces hemos escuchado esta expresión a todo tipo de personas, incluso es posible que tú, estimado lector, también la hayas pronunciado en alguna ocasión.  Sin embargo, según los expertos, esto no deja de ser una creencia limitante que reduce nuestras posibilidades de desarrollo, y que no es cierta puesto que nuestra personalidad no es algo estático, sino dinámico, como afirma el psiquiatra Enrique Rojas, de forma que está siempre abierta y receptiva a todas nuestras vivencias. Es verdad que todos tenemos una base heredada y una cierta tendencia a comportarnos de una determinada manera, incluso ante situaciones diferentes, lo que nos dota de una conducta consistente, pero ello no supone sin más que no podamos reaccionar de un modo distinto ante una circunstancia específica. En suma, que nuestro comportamiento es una mezcla resultado de la continua interacción de la naturaleza, la educación y el azar, en proporciones desiguales, y ni siquiera constantes, por lo que seguramente, lo único que podemos afirmar con certeza es que queramos o no, siempre cambiamos; y esto es paradójico porque, en general, no solemos aceptar bien los cambios. Por eso seguramente, ni siquiera somos constantes en la consecución de muchos de los objetivos que nos proponemos cada comienzo de año.

J. Zenger y J.Folkman identifican la incapacidad para aprender de los propios errores y la falta de apertura a las ideas nuevas o diferentes como dos de las cinco debilidades fatales que conducen sistemáticamente al fracaso de un líder. Y es que la arrogancia y la complacencia son dos pecados que no nos podemos permitir. Así, “el orgullo es el complemento de la ignorancia” sentenciaba el escritor francés Le Bouvier de Fontenelle (1657-1757), pues si nuestro carácter nos hace meternos en problemas, es nuestro orgullo el que nos mantiene en ellos, que diría Esopo (S. VII a.C.). Nada que ver con aquellos que afirman sin tapujos que no aceptan lecciones de nadie, como declaraba recientemente Fátima Báñez, que resulta ser la actual ministra de empleo en un país como el nuestro que, con casi seis millones de desempleados, seguramente puede aprender mucho de cómo hacerlo más eficientemente.